Page 47 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin   reencendieron el porvenir extinguido.  Pero a los dieciocho
 esperanzas posibles de renovación?   meses, las convulsiones del primogénito se repetían, y al día
 Así lo sintieron  Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó,   siguiente, el segundo hijo amanecía idiota.
 a los  catorce  meses de matrimonio,  creyeron cumplida su   Esta vez los padres cayeron en honda desesperación.
 felicidad. La criatura creció, bella y radiante, hasta que tuvo   ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre
 año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche   todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada
 convulsiones  terribles; y a  I  a  mañana  siguiente  no  conocí  a más   ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no
 a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesio­  pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito;
 nal que está visiblemente buscando la causa del mal en las   ¡pero un hijo, un hijo como todos!
 enfermedades de los padres.   Del segundo  desastre brotaron nuevas llamaradas de
 Después de algunos días, los  miembros  paralizados  de la   dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para
 criatura  recobraron el movimiento; pero la inteligencia,  el   siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y
 alma, aun el instinto, se habían ido del todo. Había quedado   punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
 profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre   Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a
 sobre las rodillas de su madre.   Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo
 -¡Hijo, mi hijo querido! -sollozaba ésta, sobre aque­  que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus
 lla espantosa ruina de su primogénito.   almas,  sino el  instinto mismo abolido.  No sabían deglutir,
 El padre, desolado, acompañó al médico afuera.   cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al  fin a caminar,
 -A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido.  pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstá­
 Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotis­  culos. Cuando los lavaban, mugían hasta inyectarse de sangre
 mo, pero no más allá.   el rostro. Animábanse sólo al comer o cuando veían colores
 -¡Sí!.  .. ¡Sí!.  .. -asentíaMazzini-. Pero dígame, ¿us­  brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera
 ted cree que es herencia, cree  ...  ?   lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían en
 -En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creí  cambio, cierta facultad imitativa;  pero no se pudo obtener
 cuando vi a su hijo. Respecto de la madre, hay allí un pulmón   nada más.
 que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco   Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora
 rudo. Hágala examinar detenidamente.   descendencia. Pero pasaron tres años;  Mazzini y Berta desea­
 Con  el  alma. destrozada  de  remordimiento, Mazzini   ron de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el
 redobló el amor a su hijo, al pequeño idiota que pagaba los   largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
 excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin   No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo
 tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de   que se exasperaba en razón de su infructuosidad, los esposos
 su joven maternidad.   se agriaron. Hasta ese momento, cada cual había tomado sobre
 Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la   sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero
 esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa   la  desesperanza  de  redención  ante  las  cuatro  bestias  que


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