Page 46 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin       reencendieron el porvenir extinguido.  Pero a los dieciocho
           esperanzas posibles de renovación?                                   meses, las convulsiones del primogénito se repetían, y al día
                Así lo sintieron  Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó,      siguiente, el segundo hijo amanecía idiota.
           a los  catorce  meses de matrimonio,  creyeron cumplida su                Esta vez los padres cayeron en honda desesperación.
           felicidad. La criatura creció, bella y radiante, hasta que tuvo      ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre
           año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche          todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada
           convulsiones  terribles; y a  I  a  mañana  siguiente  no  conocí  a más   ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no
           a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesio­        pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito;
           nal que está visiblemente buscando la causa del mal en las           ¡pero un hijo, un hijo como todos!
           enfermedades de los padres.                                               Del segundo  desastre brotaron nuevas llamaradas de
                Después de algunos días, los  miembros  paralizados  de la      dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para
           criatura  recobraron el movimiento; pero la inteligencia,  el        siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y
           alma, aun el instinto, se habían ido del todo. Había quedado         punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
           profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre              Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a
           sobre las rodillas de su madre.                                     Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo
                -¡Hijo, mi hijo querido! -sollozaba ésta, sobre aque­           que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus
           lla espantosa ruina de su primogénito.                               almas,  sino el  instinto mismo abolido.  No sabían deglutir,
                El padre, desolado, acompañó al médico afuera.                  cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al  fin a caminar,
                -A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido.        pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstá­
           Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotis­        culos. Cuando los lavaban, mugían hasta inyectarse de sangre
           mo, pero no más allá.                                                el rostro. Animábanse sólo al comer o cuando veían colores
                -¡Sí!.  .. ¡Sí!.  .. -asentíaMazzini-. Pero dígame, ¿us­        brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera
           ted cree que es herencia, cree  ...  ?                               lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían en
                -En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creí        cambio, cierta facultad imitativa;  pero no se pudo obtener
           cuando vi a su hijo. Respecto de la madre, hay allí un pulmón        nada más.
           que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco             Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora
           rudo. Hágala examinar detenidamente.                                 descendencia. Pero pasaron tres años;  Mazzini y Berta desea­
                Con  el  alma. destrozada  de  remordimiento, Mazzini           ron de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el
           redobló el amor a su hijo, al pequeño idiota que pagaba los          largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
           excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin             No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo
           tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de       que se exasperaba en razón de su infructuosidad, los esposos
           su joven maternidad.                                                 se agriaron. Hasta ese momento, cada cual había tomado sobre
                Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la          sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero
           esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa    la  desesperanza  de  redención  ante  las  cuatro  bestias  que


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