Page 42 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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con fortuna, que me ponía en venta, acababa de cometer el acto     supe  entonces  que  se  había  casado,  a  los  seis  meses  de
            más ultrajante con la mujer que nos ha querido demasiado ...       haberme ido yo. Torné a alejarme y hace un mes regresé, bien
            Flaqueza en el Monte de los Olivos, o momento vil en un hombre     tranquilizado ya y en paz.
            que no lo es, llevan al mismo fin: ansia de sacrificio, de recon­       No había vuelto a verla. Era para mí como un primer
            quista más alta del propio valer. Y luego, la inmensa sed de       amor, con todo el encanto dignificante que un idilio virginal
            ternura, de borrar beso tras beso las lágrimas de la mujer adorada,   tiene para el hombre hecho que después amó cien veces ... Si
            cuya primera sonrisa tras la herida que le hemos causado es la     usted es querido alguna vez como yo lo fui, y ultraja como yo
            más bella luz que pueda inundar un corazón de hombre.              lo hice, comprenderá toda la pureza que hay en mi recuerdo.
                 ¡Y concluido! No me era posible ante mí mismo volver               Hasta que una noche tropecé con ella. Sí, esa rriicma
            a tomar lo que acababa de ultrajar de ese modo: ya no era digno    noche en el teatro ... Comprendí, al ver al opulento almacenero
            de ella, ni la merecía más. Había enlodado en un segundo el        de su marido, que se había precipitado en el matrimonio, como
            amor más puro que hombre alguno haya sentido sobre sí, y           yo al Ucayali... Pero al verla otra vez, a veinte metros de mí,
            acababa de perder  con Inés la irreencontrable felicidad de        mirándome, sentí que en mi alma, dormida en paz, surgía
            poseer a quien nos ama entrañablemente.                            sangrando  la  desolación de  haberla perdido,  como  si  no
                 Desesperado, humillado, crucé por delante de la sala, y       hubiera  pasado,  un  solo  día  de esos  diez  años.  ¡Inés!  Su
            la vi echada sobre el sofá, sollozando el alma entera entre sus    hermosura,  su  mirada  -única entre todas  las  mujeres-,
            brazos.                                                            habían  sido  mías,  porque  me  habían  sido  entregadas  con
                 ¡Inés!  ¡Perdida ya! Sentí más honda mi miseria ante su       adoración. También apreciará usted esto algún día.
            cuerpo,  todo  amor,  sacudido por  los sollozos de su  dicha          Hice lo humanamente posible para olvidar, me rompí las
            muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve.                          muelas  tratando de concentrar todo  mi  pensamiento  en  la
                 -¡Inés! -dije.                                                escena. Pero la prodigiosa partitura de Wagner, ese grito de
                 Mi voz no era ya la de antes. Y ella debió notarlo bien,
            porque su alma sintió, en aumento de sollozos, el desesperado      pasión  enfermante,  encendió  en llama viva  lo que quería
            llamado que le hacía mi amor; ¡esa vez, sí, inmenso amor!          olvidar. En el segundo o tercer acto no pude más y volví la
                 -No, no ... -me respondió-. ¡Es demasiado tarde!              cabeza. Ella  también  sufría la sugestión  de Wagner  y me
                                                                               miraba. ¡Inés, mi vida! Durante medio minuto su boca, sus
                Padilla se detuvo. Pocas veces he visto amargura más           manos, estuvieron bajo mi boca y mis ojos, y durante ese
            seca y tranquila que la de sus ojos cuando concluyó. Por mi       tiempo ella concentró en su palidez la sensación de esa dicha
            parte,  no podía  apartar  de mi  memoria  aquella  adorable       muerta hacía diez años. ¡ Y Tristán siempre, sus alaridos de
            belleza del palco, sollozando sobre el sofá ...                    pasión sobrehumana, sobre nuestra felicidad yerta!
                 -Me creerá -reanudó Padilla- si le digo que en mis                Me  levanté  entonces,  atravesé  las  butacas  como  un
            insomnios de soltero descontento de sí mismo la he tenido así      sonámbulo, y avancé por el pasillo, aproximándome a ella sin
            ante mí... Salí enseguida de Buenos Aires sin ver casi a nadie,   verla, sin que me viera, como si durante diez años no hubiera
            y me.nos a mi flirt de gran fortuna ... Volví a los ocho años, y   sido yo un miserable ...


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