Page 44 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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Y como diez años atrás,  sufrí la  alucinación de que                    "LA GALLINA DEGOLLADA
           llevaba mi sombrero en la mano e iba a pasar delante de ell�.
                Pasé,  la puerta del palco estaba abierta, y me petuve
           enloquecido. Como diez años antes sobre el sofá, ella, Inés,
           tendida ahora en el diván del antepalco, sollozaba la pasión de
           Wagner y su felicidad deshecha.                                      Todo el día, sentados en el patio en un  banco, estaban los
                ¡Inés!. .. Sentí que el destino me colocaba en un momen­        cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían
           to decisivo. ¡Diez años!. .. ¿Pero habían pasado? ¡No, no, Inés      la  lengua entre los  labios,  los ojos estúpidcrs  y  volvían la
                                                                                cabeza con toda la boca abierta.
                Y como entonces, al ver su cuerpo todo amor, sacudido                El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de
           por los sollozos, la llamé:                                          ladrillos. El banco quedaba parelelo a él, a cinco metros, y allí
                -¡lnés!                                                         se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como
                Y como diez años antes, los sollozos redoblaron, y C?mo         el sol se ocultaba tras e1 �erco, al declinar, los idiotas tenían
           entonces me respondió bajo sus brazos:                               fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio,
                -No, no ...  ¡ Es demasiado tarde  ...                          poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosa­
                                                                                mente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, miran­
                                                                                do el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
                                                                                     Otras veces, alineados en el banco,  zumbaban horas
                                                                                enteras  imitando  al  tranvía  eléctrico.  Los  ruidos  fuertes
                                                                                sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces alrededor
                                                                                del  patio,  mordiéndose la lengua  y  mugiendo.  Pero  casi
                                                                                siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotis­
                                                                                        '
                                                                                mo, y  pasaban 1odo el día sentados en  su banco,  con las
                                                                                piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el.
                                                                                pantalón.
                                                                                    El mayor tenía doce años y el menor ocho. En todo su
                                                                                aspecto  sucio  y  desvalido  se  notaba  la  falta ·absoluta  de
                                                                                cuidado maternal.
                                                                                    Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el
                                                                                encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y
                                                                                Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer
                                                                                y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué
                                                                                mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagra­
                                                                                ción de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo

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