Page 45 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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Y como diez años atrás,  sufrí la  alucinación de que   "LA GALLINA DEGOLLADA
 llevaba mi sombrero en la mano e iba a pasar delante de ell�.
 Pasé,  la puerta del palco estaba abierta, y me petuve
 enloquecido. Como diez años antes sobre el sofá, ella, Inés,
 tendida ahora en el diván del antepalco, sollozaba la pasión de
 Wagner y su felicidad deshecha.   Todo el día, sentados en el patio en un  banco, estaban los
 ¡Inés!. .. Sentí que el destino me colocaba en un momen­  cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían
 to decisivo. ¡Diez años!. .. ¿Pero habían pasado? ¡No, no, Inés   la  lengua entre los  labios,  los ojos estúpidcrs  y  volvían la
          cabeza con toda la boca abierta.
 Y como entonces, al ver su cuerpo todo amor, sacudido   El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de
 por los sollozos, la llamé:   ladrillos. El banco quedaba parelelo a él, a cinco metros, y allí
 -¡lnés!   se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como
 Y como diez años antes, los sollozos redoblaron, y C?mo   el sol se ocultaba tras e1 �erco, al declinar, los idiotas tenían
 entonces me respondió bajo sus brazos:   fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio,
 -No, no ...  ¡ Es demasiado tarde  ...  poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosa­
          mente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, miran­
          do el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
               Otras veces, alineados en el banco,  zumbaban horas
          enteras  imitando  al  tranvía  eléctrico.  Los  ruidos  fuertes
          sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces alrededor
          del  patio,  mordiéndose la lengua  y  mugiendo.  Pero  casi
                  '
          siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotis­
          mo, y  pasaban 1odo el día sentados en  su banco,  con las
          piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el.
          pantalón.
               El mayor tenía doce años y el menor ocho. En todo su
          aspecto  sucio  y  desvalido  se  notaba  la  falta ·absoluta  de
          cuidado maternal.
               Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el
          encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y
          Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer
          y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué
          mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagra­
          ción de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo

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