Page 43 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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con fortuna, que me ponía en venta, acababa de cometer el acto   supe  entonces  que  se  había  casado,  a  los  seis  meses  de
 más ultrajante con la mujer que nos ha querido demasiado ...   haberme ido yo. Torné a alejarme y hace un mes regresé, bien
 Flaqueza en el Monte de los Olivos, o momento vil en un hombre   tranquilizado ya y en paz.
 que no lo es, llevan al mismo fin: ansia de sacrificio, de recon­  No había vuelto a verla. Era para mí como un primer
 quista más alta del propio valer. Y luego, la inmensa sed de   amor, con todo el encanto dignificante que un idilio virginal
 ternura, de borrar beso tras beso las lágrimas de la mujer adorada,   tiene para el hombre hecho que después amó cien veces ... Si
 cuya primera sonrisa tras la herida que le hemos causado es la   usted es querido alguna vez como yo lo fui, y ultraja como yo
 más bella luz que pueda inundar un corazón de hombre.   lo hice, comprenderá toda la pureza que hay en mi recuerdo.
 ¡Y concluido! No me era posible ante mí mismo volver   Hasta que una noche tropecé con ella. Sí, esa rriicma
 a tomar lo que acababa de ultrajar de ese modo: ya no era digno   noche en el teatro ... Comprendí, al ver al opulento almacenero
 de ella, ni la merecía más. Había enlodado en un segundo el   de su marido, que se había precipitado en el matrimonio, como
 amor más puro que hombre alguno haya sentido sobre sí, y   yo al Ucayali... Pero al verla otra vez, a veinte metros de mí,
 acababa de perder  con Inés la irreencontrable felicidad de   mirándome, sentí que en mi alma, dormida en paz, surgía
 poseer a quien nos ama entrañablemente.   sangrando  la  desolación de  haberla perdido,  como  si  no
 Desesperado, humillado, crucé por delante de la sala, y   hubiera  pasado,  un  solo  día  de esos  diez  años.  ¡Inés!  Su
 la vi echada sobre el sofá, sollozando el alma entera entre sus   hermosura,  su  mirada  -única entre todas  las  mujeres-,
 brazos.   habían  sido  mías,  porque  me  habían  sido  entregadas  con
 ¡Inés!  ¡Perdida ya! Sentí más honda mi miseria ante su   adoración. También apreciará usted esto algún día.
 cuerpo,  todo  amor,  sacudido por  los sollozos de su  dicha   Hice lo humanamente posible para olvidar, me rompí las
 muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve.   muelas  tratando de concentrar todo  mi  pensamiento  en  la
 -¡Inés! -dije.
 Mi voz no era ya la de antes. Y ella debió notarlo bien,   escena. Pero la prodigiosa partitura de Wagner, ese grito de
 porque su alma sintió, en aumento de sollozos, el desesperado   pasión  enfermante,  encendió  en llama viva  lo que quería
 llamado que le hacía mi amor; ¡esa vez, sí, inmenso amor!   olvidar. En el segundo o tercer acto no pude más y volví la
 -No, no ... -me respondió-. ¡Es demasiado tarde!  cabeza. Ella  también  sufría la sugestión  de Wagner  y me
         miraba. ¡Inés, mi vida! Durante medio minuto su boca, sus
 Padilla se detuvo. Pocas veces he visto amargura más   manos, estuvieron bajo mi boca y mis ojos, y durante ese
 seca y tranquila que la de sus ojos cuando concluyó. Por mi   tiempo ella concentró en su palidez la sensación de esa dicha
 parte,  no podía  apartar  de mi  memoria  aquella  adorable   muerta hacía diez años. ¡ Y Tristán siempre, sus alaridos de
 belleza del palco, sollozando sobre el sofá ...   pasión sobrehumana, sobre nuestra felicidad yerta!
 -Me creerá -reanudó Padilla- si le digo que en mis  Me  levanté  entonces,  atravesé  las  butacas  como  un
 insomnios de soltero descontento de sí mismo la he tenido así   sonámbulo, y avancé por el pasillo, aproximándome a ella sin
 ante mí... Salí enseguida de Buenos Aires sin ver casi a nadie,   verla, sin que me viera, como si durante diez años no hubiera
 y me.nos a mi flirt de gran fortuna ... Volví a los ocho años, y   sido yo un miserable ...


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