Page 37 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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No durmió bien. Despertó, tarde ya, y vio luz en el taller;   LA MUERTE DE ISOLDA
 su marido continuaba trabajando. Una h0ra ·después, Kassim
 oyó un alarido.
 -¡Dámelo!
 -Sí, es para ti; falta poco María -rephlSO presur so,
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 levantándose. Pero su mujer, después de ese grito de pesad1  lla,  Concluía  el primer acto .de Tristán e /solda. Cansado de la
 dormía de nuevo.   agitación de ese día, me quedé en mi butaca, muy contento de
 A las dos de la madrugada, Kassim pudo dar por termi­  mi soledad. Volví la cabeza a la sala y d_etuve enseguida los
 nada su tarea; el brillante resplandecía firme y varonil en su  ojos ert un palco bajo.
 engarce. Con paso silencioso, fue al dormitorio y encendió la  Evidentemente, un matrimonio. El, un marido cualquie­
 veladora. María dormía de espaldas, en la blancura helada de   ra, y talvez por su mercantil  vulgaridad y la diferencia de años
 su pecho y su camisón.   .   ,   con su mujer, menos que cualquiera. Ella, joven, pálida, con
 Fue al taller y volvió de nuevo. Contemplo un rato el   una de esas profundas bellezas que más que en el rostro -aun
 seno casi descubierto, y con una descolorid� so11risa apartó un  bien hermoso- residen en la perfecta solidaridad de mirada,
 poco más el camisón desprendido.   boca, cuello, modo de  entrecerrar  los ojos. Era, sobre todo, una
 Su mujer no lo sintió.   belleza para hombres, sin ser en lo más mínimo provocativ�;
 No había mucha luz. El rostro de Kstssim adquirió de   y esto es precisamente  lo que no  entenderán nunca  las mujeres.
 pronto una dureza de piedra, y suspendiendo un insta te la  La miré largo rato a ojos descubiertos, porque la veía
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 joya a flor del seno desnudo, hundió firm y perpend cular  muy bien, y ,porque cuando el hombre está así en tensión de
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 como un clavo el alfiler entero en el corazon de su muJer.   aspirar fijamente un cuerpo hermoso, no recurre al arbitrio
 · Hubo una brusca abertura de ojos, ségu.ida de una lenta  femenino de los anteojos.
 caída de párpados. Los dedos se arquearon,.y nada más.   Comenzó  'el segundo acto.  Volví al palco y nuestras
 La joya, sacudida por la convulsión del ganglio herido,   , miradas se cruzaron. Yo, que había apreciado ya el encanto de
 tembló un instante desequilibrada. Kassim esperó im momen­  aquella mirada vagando por uno y otro lado de la sala, viví en
 to; y cuando el solitario quedó por fin perfectamen e inmóvil,   un segundo, al sentirla directamente apoy&da en mí, el más
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 se retiró, cerrando tras de sí la puerta sin hacer ru1cfo.   adorable sueño de amor que haya tenido nunca.
             Fue aquello muy rápido: los ojós huyeron, pero dos o
         tr s veces, en mi largo minuto de insistencia, tomaron fugaz­
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         mente a mí.
             Fue asimismo, con  la súbita dicha  de haberme soñado un
        instante su-marido, el más rápido desencanto de un idilio. Sus
        ojos volvieron otra vez, pero en ese instante sentí que mi
        vecino de la izquierda miraba hacia allá y, después de un
         momento de inmovilidad por ambas partes, se saludaron.

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