Page 33 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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concluida -debía partir, no era para ella-, caía más honda­  concluyera de una vez, y apenas aderezaba la alhaja, corría con
 mente en la decepción de su  matrimonio. Se probaba la  alhaja,   ella al espejo. Luego, un ataque de sollozos:
 deteniéndose ante el espejo. Al fin, la dejaba por ah, y se iba   -¡Todos, cualquier marido, el último, haría un sacrifi­
 a su cuarto. Kassim se levantaba al oír sus sollozos y la hallaba   cio para halagar a su mujer! Y tú  ...  , y tú  ... ¡Ni un miserable
 en cama, sin querer escucharlo.   vestido que ponerme tengo!
 -Hago, sin embargo, cuanto puedo por ti -decía él al  Cuando se traspasa cierto límite de respeto al varón, la
 fin, tristemente.   mujer puede llegar a decir a su marido cosas increíbles.
 Los sollozos subían con esto y el joyero se reinstalaba   La mujer de Kassim franqueó ese límite con una pasión
 lentamente en su banco.   igual por lo menos a la que sentía por los brillantes. Una tarde, al
 Estas cosas se repitieron tanto, que Kassim no se levan­  guardar sus joyas, Kassim notó la falta de un prendedor -cinco
 taba  ya a consolarla. ¡Consolarla! ¿De qué? Lo cual no obstaba   mil pesos en dos solitarios-. Buscó en sus cajones de nuevo.
 para que  Kassim prolongara más sus veladas,  a fin de un   -¿No has visto el prendedor, María? Lo dejé aquí.
 mayor suplemento.   -Sí, lo he visto.
 Era un hombre indeciso, irresoluto y callado. Las mira­  -¿Dónde está? -se volvió él, extrañado.
 das de su mujer se detenían ahora con más pesada fijeza sobre   -¡Aquí!
 aquella muda tranquilidad.   Su mujer, los ojos  encendidos y la boca burlona, se erguía
 -¡Y eres un hombre, tú! -murmuraba.   con el prendedor puesto.
 Kassim,  sobre  sus engarces,  no cesaba de mover los   -Te queda muy bien -dijo Kassim al rato-. Guar-
 dedos.   démoslo.
 -No eres feliz conmigo, María ---expresaba al rato.  María se rió.
 -¡Feliz! ¡  Y tienes el valor de decirlo! ¿Quién puede ser  -¡Oh, no! Es mío.
 feliz contigo?  ... ¡Ni la última de las mujeres!  ... ¡Pobre diablo!   -¿Broma?  ...
 -concluía con risa nerviosa, yéndose.  -¡  Sí, es broma! ¡Es  broma, sí! ¡Cómo te duele  pensar que
 Kassim trabajaba esa noche hasta las tres de la mañana,   podría ser mío  ... ! Mañana te lo doy. Hoy voy al teatro con él.
 y su mujer tenía luego nuevas chispas, que ella consideraba un   Kassim se demudó.
 instante con los labios apretados.   -Haces mal... Podrían verte. Perderían toda confianza
 -Sí  ... No es una diadema sorprendente  ... ¿Cuándo la  en mí.
 hiciste?    -¡Oh!  -cerró  ella  con  rabioso  fastidio,  golpeando
 -Desde el martes -mirábala él con descolorida ternu­  violentamente la pÚerta.
 ra-: mientras dormías, de noche  ...   Vuelta del teatro, colocó la  joya sobre  el velador. Kassim
 -¡Oh,  podías haberte acostado!.  .. ¡Inmensos, los bri­  se levantó de la cama y fue a guardarla en su taller bajo llave.
 llantes!   Cuando volvió, su mujer estaba sentada en el lecho.
 Porque  su  pasión  eran  las  voluminosas  piedras  que   -¡Es decir,  que temes que te la robe!  ¡Que soy una
 Kassim montaba. Seguía el trabajo con loca hambre de que   ladrona!


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