Page 31 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-¡Es  claro, se  muere!  ¿Quién  le  ha  dado  esto?   EL SOLITARIO
 -preguntó.
 -¡No sé, Octavio! Hace un rato sentí ruido ... Segura-
 mente lo fue a buscar a tu cuarto cuando no estabas ... ¡Mamá,
 pobre mamá! -cayó sollozando sobre el miserable brazo que
 pendía hasta el piso.   Kassim era un hombre enfermizo, joyero de profesión, bien
 Nébel la pulsó; el corazón no daba mús y la temperatura   que no tuviera tienda establecida. Trabajaba para las grandes
 caía.  Al rato, los  labios callaron su  pla ... pla  y en la  piel   casas, siendo su especialidad el montaje de las piedras precio­
 aparecieron grandes manchas violetas.   sas. Pocas manos como las suyas para los engarces delicados.
 A  la una  de  la  mañana  murió.  Esa  tarde,  luego  del   Con más arranque y habilidad comercial hubiera sido rico.
 entierro, Nébel esperó que Lidia concluyera de vl!stirse, mien­  Pero a los treinta y cinco años proseguía en su pieza, aderezada
 tras los peones cargaban las valijas en el carruaje.   en taller bajo la ventana.
 -Toma esto -le dijo cuando ella estuvo a su lado,  Kassim, de cuerpo mezquino, rostro exangüe sombrea­
 tendiéndole un cheque por diez mil pesos.   do por rala barba negra, tenf a una mujer hermosa y fuertemen­
 Lidia se estremeció violentamente y sus ojos enrojecidos   te apasionada. La joven, de origen callejero, había aspirado
 se fijaron de lleno en los de Nébel. Pero él sostuvo la mirada.   con su hermosura a un más alto enlace. Esperó hasta los veinte
 -¡Toma, pues! -repitió sorprendido.   años, provocando a los hombres y a sus vecinas con su cuerpo.
 Lidia  lo tomó y  se bajó a recoger su valijita.  Nébel   Temerosa al fin, aceptó nerviosamente a Kassim.
 entonces se inclinó sobre ella.   No más sueños de lujo, sin embargo. Su marido, hábil
 -Perdóname-le dijo-. No me juzgues peor de lo que  artista aún, carecía completamente de carácter para hacer una
 soy.     fortuna. Por lo  cual,  mientras  el  joyero  trabajaba doblado
 En la estación esperaron un rato y sin hablar,junto a la   sobre sus pinzas, ella, de codos, sostenía sobre su marido una
 escalerilla del vagón, pues el  tren no salía aún. Cuando la   lenta mirada, para arrancarse luego bruscamente y seguir con
 campana sonó, Lidia le tendió la mano, que Nébel retuvo un   la vista tras los vidrios al transeúnte de posición que podía
 momento en silencio. Luego, sin soltarla, cogió a Lidia de la   haber sido su marido.
 cintura y la besó hondamente en la boca.   Cuanto ganaba Kassim, no obstante, era para ella. Los
 El  tren partió.  Inmóvil, Nébel  siguió con la  vista  la   domingos  trabajaba también,  a  fin  de  poderle ofrecer  un
 ventanilla que se perdía.   suplemento. Cuando María deseaba una joya-¡ y con cuánta
 Pero Lidia no se asomó.   pasión deseaba ella!-, trabajaba él de noche. Después había
          tos y puntadas al costado; pero María tenía sus chispas de
          brillante.
               Poco a poco, el trato diario con las gemas llegó a hacer
          amar a la esposa las tareas del artífice, siguiendo con ardor las
          íntimas delicadezas del engarce. Pero cuando la joya estaba


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