Page 16 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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          que el  viejo Nébefño está  dispuesto a esos tráficos, y que antes     la hija, con perfecto buen gusto, y era ésta, sm  u  a, su mayor
          se lo llevará el diablo que consentir en ese matrimonio. Nada          seducción.  Debía de haber tenido,  como mujer, profundo
          más quería decirte.                                                    encanto; ahora la histeria había trabajado mucho su cuerpo­
               El muchacho quería mucho a  su padre,  a  pesar  del              siendo, desde luego, enferma del vientre-. Cuando el latiga­
          carácter de élte;  salió lleno de rabia por no  haber podido           zo de la morfina pasaba,  sus ojos se  empafiaban,  y de la
          desahogar su ira, tanto más violenta cuanto que él mismo la            comisura de los labios, del párpado globoso, pendía una fina
          sabía injusta. Hacía tiempo ya que no lo ignoraba. La madre de         redecilla de arrugas. Pero a pesar de ello, la misma histeria que
          Lidia había sido querida de Arrizabalaga en vida de su marido,         le deshacía los nervios era el alimento un poco mágico que
          y aun cuatro o cinco años después. Se veían todavía de tarde           sostenía su tonicidad.
          en tarde, pero el viejo libertino, arrebujado ahora en su artritis          Quería entrafiablemente a Lidia; y con la moral de las
          de solterón enfermizo, distaba mucho de ser respecto de su             burguesas histéricas, hubiera envilecido a su hija para hacerla
          cuñada lo que se pretendía; y si mantenía el tren de madre e           feliz; esto es, para proporcionarle aquello que habría hecho su
                                                                                 propia felicidad.
          hija, lo hacía por una especie de agradecimiento de ex amante,             Así, la inquietud del padre de Nébel a este respecto
          y sobre todo para autorizar los chismes actuales que hinchaban         tocaba a su hijo en lo más hondo de sus cuerdas de amante.
          su vanidad.                                                            ¿ Cómo había escapado Lidia? Porque la limpieza de su cutis,
               Nébel evocaba a la madre; y con su estremecimiento de             la franqueza de su pasión de chica que surgía con adorable
          muchacho  loco  por  las mujeres  casadas,  recordaba  cierta          libertad de sus ojos brillantes eran, no ya prueba de pureza,
          noche en que hojeando juntos y reclinados una Ilustration,             sino escalón de noble gozo por el que Nébel ascendía triunfal
          había creído sentir sobre sus nervios, súbitamente, tensos un          a arrancar de una manotada, de la planta podrida, la flor que
          hondo hálito de deseo que surgía del cuerpo pleno que rozaba          pedía por él.
          con él. Al levantar los ojos, Nébel había visto la mirada de ella,         Esta convicción era tan intensa,  que Nébel jamás la
          mareada, posarse pesadamente sobre la suya.                           había besado. Una tarde, después de almorzar, en que pasaba
               ¿Se había equivocado? Era rerriblemente histérica, pero           por lo de Arrizabalaga, había sentido loco deseo de verla. Su
          con  raras  crisis  explosivas;  los  nervios  desordenados           dicha fue completa, pues la halló sola, en batón, y los rizos
          repiqueteaban hacia adentro, y de aquí la enfermiza tenacidad         sobre las mejillas. Como Nébel la retuvo contra la pared, ella,
          en un disparate y el súbito abandono de una convicción; y en          riendo y cortada, se recostó en el muro. Y el muchacho, frente
          los pródromos de la crisis, la obstinación creciente, convulsiva,     a ella, tocándola casi, sintió en sus manos inertes la alta
          edificándose con grandes bloques de absurdos. Abusaba de la            felicidad de un amor inmaculado, que tan fácil le habría sido
          morfina por  angustiosa  necesidad  y  por elegancia.  Tenía          manchar.
          treinta  y  siete  afios;  era  alta,  con  labios  muy  gruesos  y        ¡Pero luego, una vez su mujer! Nébel precipitaba cuanto

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