Page 155 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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su rodilla, y estrellar el sillón contra la pared. Y estrellarme
 -¿Por qué? -me preguntó.  enseguida yo mismo contra un espejo, por imbécil. La inmen­
 Sin responderle, me encogí violentamente de hombros y
 .        sa rabia de mí mismo me hacía sufrir, sobre todo .. ¡Intuiciones
 miré a otro lado. Ella siguió mi vista. Pasó un momento.   viriles! ¡ Sicologías de hombre corrido! ¡ Y la primera coqueta
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 .  .  :- ¿Por qué? -insistió, con esa obstinación pesada y  cuya rodilla queda marcada allí, se burla de todo eso con una
 d1st1 a1da de las muJeres cuando comienzan a hallarse perfec­  frescura sin par!
 tamente a gusto con un hombre. Estaba ahora, y estuvo durante
 los  � reve momentos que siguieron, de pie, con la rodilla sobre   No puedo más. La quiero como un loco, y no sé-lo que
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 el  1llonc1to.  � ordía un papel -jamás supe de dónde pudo  es  más  amargo  aún- si ella  me  quiere realmente o  no.
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 sahr �  Y me miraba, subiendo y bajando imperceptiblemente   Además  sueño,  sueño  demasiado,  y  cosas  por  el  estilo:
 las ceJas.   Íbamosdel brazo por un salón, ella toda de blanco, y yo como
 -¿Por qué? -repuse al fin-. Porque él tiene por Jo
 menos la suerte de no haber servido de títere ridículo al lado   un bulto negro a su lado. No había más que personas de edad
           en  el  salón,  y todas  sentadas,  mirándonos pasar.  Era,  sin
 de un cama, y  uede hablar seriamente, sin ver subir y bajar
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 las ceJas como s1 no se entendiera lo que digo ... ¿Comprende   embargo, un salón de baile. Y decían d� nosotros: La menin­
           gitis y su sombra. Me desperté, y volví a soñar; el tal salón de
 ahora?    baile estaba frecuentado por los muertos diarios de una epide­
 .  María  � !vira me miró unos instantes pensativa, y Juego  mia. El traje blanco de María El vira era un sudario, y yo era la
 movió negativamente la cabeza, con su papel en los labios.   misma  sombra  de  antes,  pero  tenía  ahora  por  cabeza  un
 -¿Es cierto o no? -insistí, pero ya con el corazón a
 loco galope.   termómetro. Éramos siempre La meningitos y su sombra.
 Ella tornó a sacudir la cabeza:   ¿Qué puedo hacer con sueños de esta naturaleza? No
 -No, no es cierto  ...  puedo más. Me voy a  Europa, a Norteamérica, a cualquier
 -¡María Elvira! -llamó Angélica de lejos.  parte donde pueda olvidarla .
                ¿A qué quedarme? ¿A recomenzar la historia de siem­
 .  Todos saben que la voz de los hermanos suele ser de Jo  pre, quemándome solo, como un payaso, o a desencontramos
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 � ás 1 oportuno. Pero jamás una voz fraternal ha caído en un  cada vez que nos sentimos juntos? ¡Ah, no! Concluyamos con
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 diluvio de hielo y pez fría tan fuera de propósito como aquella   esto.  No sé  �I  bien  que  les  podrá hacer a  mis  planos  de
 vez.       máquinas esta ausencia sentimental (¡y sí, sentimental!, ¡aun­
 María Elvira tiró el papel y bajó la rodilla.   que no quiera!); pero quedarme sería riaículo, y estúpido, y no
 -Me voy -me dijo riendo, con la risa que ya le conocía  hay para qué divertir más a las María Elvira.
 cuando afrentaba un flirt.
 -¡Un solo momento! -le dije.   Podría escribir aquí cosas pasablementc distintas de las
 -¡Ni uno más!-me respondió alejándose ya y negan-
 do con la mano.   que acabo de anotar, pero prefiero contar simplemente lo que
            pasó el último día que vi a María Elvira ...
 ¿Qu me quedaba por hacer? Nada, a no ser tragar el  Por bravata, o desafío a mí mismo, o quién sabe por qué
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 papehto humedo, hundir la boca en el hueco que había dejado
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