Page 154 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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su rodilla, y estrellar el sillón contra la pared. Y estrellarme
                -¿Por qué? -me preguntó.                                        enseguida yo mismo contra un espejo, por imbécil. La inmen­
                Sin responderle, me encogí violentamente de hombros y
             .                                                                  sa rabia de mí mismo me hacía sufrir, sobre todo .. ¡Intuiciones
           miré a otro lado. Ella siguió mi vista. Pasó un momento.             viriles! ¡ Sicologías de hombre corrido! ¡ Y la primera coqueta
                           _
            .  .   :- ¿Por qué? -insistió, con esa obstinación pesada y         cuya rodilla queda marcada allí, se burla de todo eso con una
           d1st1 a1da de las muJeres cuando comienzan a hallarse perfec­        frescura sin par!
           tamente a gusto con un hombre. Estaba ahora, y estuvo durante
           los  � reve momentos que siguieron, de pie, con la rodilla sobre          No puedo más. La quiero como un loco, y no sé-lo que
                  �
           el  1llonc1to.  � ordía un papel -jamás supe de dónde pudo           es  más  amargo  aún- si ella  me  quiere realmente o  no.
             �
                               _
           sahr �  Y me miraba, subiendo y bajando imperceptiblemente           Además  sueño,  sueño  demasiado,  y  cosas  por  el  estilo:
           las ceJas.                                                           Íbamosdel brazo por un salón, ella toda de blanco, y yo como
               -¿Por qué? -repuse al fin-. Porque él tiene por Jo
          menos la suerte de no haber servido de títere ridículo al lado        un bulto negro a su lado. No había más que personas de edad
                                                                                 en  el  salón,  y todas  sentadas,  mirándonos pasar.  Era,  sin
          de un cama, y  uede hablar seriamente, sin ver subir y bajar           embargo, un salón de baile. Y decían d� nosotros: La menin­
               �
                       �
          las ceJas como s1 no se entendiera lo que digo ... ¿Comprende          gitis y su sombra. Me desperté, y volví a soñar; el tal salón de
          ahora?                                                                 baile estaba frecuentado por los muertos diarios de una epide­
              .  María  � !vira me miró unos instantes pensativa, y Juego        mia. El traje blanco de María El vira era un sudario, y yo era la
          movió negativamente la cabeza, con su papel en los labios.             misma  sombra  de  antes,  pero  tenía  ahora  por  cabeza  un
               -¿Es cierto o no? -insistí, pero ya con el corazón a
          loco galope.                                                           termómetro. Éramos siempre La meningitos y su sombra.
               Ella tornó a sacudir la cabeza:                                        ¿Qué puedo hacer con sueños de esta naturaleza? No
               -No, no es cierto  ...                                            puedo más. Me voy a  Europa, a Norteamérica, a cualquier
                                                                                 parte donde pueda olvidarla .
               -¡María Elvira! -llamó Angélica de lejos.                              ¿A qué quedarme? ¿A recomenzar la historia de siem­
              .  Todos saben que la voz de los hermanos suele ser de Jo          pre, quemándome solo, como un payaso, o a desencontramos
              �
          � ás 1 oportuno. Pero jamás una voz fraternal ha caído en un           cada vez que nos sentimos juntos? ¡Ah, no! Concluyamos con
                    _
          diluvio de hielo y pez fría tan fuera de propósito como aquella        esto.  No sé  �I  bien  que  les  podrá hacer a  mis  planos  de
          vez.                                                                   máquinas esta ausencia sentimental (¡y sí, sentimental!, ¡aun­
               María Elvira tiró el papel y bajó la rodilla.                     que no quiera!); pero quedarme sería riaículo, y estúpido, y no
               -Me voy -me dijo riendo, con la risa que ya le conocía            hay para qué divertir más a las María Elvira.
          cuando afrentaba un flirt.
               -¡Un solo momento! -le dije.                                           Podría escribir aquí cosas pasablementc distintas de las
               -¡Ni uno más!-me respondió alejándose ya y negan-
          do con la mano.                                                        que acabo de anotar, pero prefiero contar simplemente lo que
                                                                                 pasó el último día que vi a María Elvira ...
                  �
              _ ¿Qu me quedaba por hacer? Nada, a no ser tragar el                    Por bravata, o desafío a mí mismo, o quién sabe por qué
          papehto humedo, hundir la boca en el hueco que había dejado
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