Page 128 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-¡Alfonso! -sonó de pronto la.voz de mamá en el                 respondiéndole Celia con tan pobre diplomacia, que mamá
           patio.
                                                                                tuvo enseguida la seguridad de una catástrofe.
                -¿M,ercedes?-respondió aquél tras una brusca sa­                     -¡Eduardo, mi hijo! -clamó arrancándose de las ma­
           cudida.                                                              nos de su hermana que pretendía sujetarla, y precipitándose a
                Seguramente mamá presintió algo, porque su voz sonó             la quinta.
           de nuevo, alterada.
                                                                                     -¡Mercedes! ¡Te juro que no! ¡Ha salido!
                -¿  Y Eduardo?  _¿Dónde está?  -agregó avanzando.                    ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Alfonso!
               -¡Aquí, conmigo!  -contestó  riendo-.  Ya  hemos                      Alfonso corrió a su encuentro, deteniéndola al ver que se
           hecho las paces.                                                     dirigía al pozo. Mamá no pensaba en nada concreto; pero al ver
                                                                                el  gesto  horrorizado  de su  hermano, recordó entonces  mi
                Como  de  lejos  mamá  no podía  ver  su palidez  ni  la
           ridícula mueca que él pretendía ser beatífica sonrisa, todo fue      exclamación de una hora antes, y lanzó un espantoso alarido.
           bien.                                                                     -¡Ay! ¡Mi hijo! ¡Sehamatado! ¡Déjame,déjenme! ¡Mi
               -¿No le pegaste, no?  -insistió aún mamá.                        hijo, Alfonso! ¡Me lo has muerto!
               -No. ¡Si fue una broma!                                               Se llevaron a mamá sin sentido. No me había conmovido
               Mamá entró de nuevo. ¡Bromai Broma comenzaba a ser               en lo más mínimo la desesperación de mamá, puesto que yo­
          la mía para el padrastrillo.                                          motivo  de  aquélla -estaba  en  verdad vivo  y  bien  vivo,
               Celia, mi tía mayor, que había ccncluido de dormir la            jugando simplemente en mis ocho años con la emoción, a
                                                                                manera de los grandes que usan de las sorpresas semitrágicas:
          siesta, cruzó el patio, y Alfonso la llamó en silencio con la
          mano. Momentos después  Celia lanzaba un ¡oh!  ahogado,               ¡el gusto que va a tener cuando me vea!
          llevándose las manos a la cabeza.
                                                                                     Entretando, gozaba yo íntimo deleite con el fracaso del
               -¡Pero cómo! ¡Qué horror! ¡Pobre, pobre Mercedes!                padrastrillo.
          ¡Qué golpe!                                                                -¡Hum ... !  ¡Pegarme!  -rezongaba  yo,  aún  bajo  la
               Era menester resolver algo antes que Mercedes se ente­           hojarasca. Levantándome entonces con cautela, sentéme en
          rara. ¿Sacarme con vida aún  ...  ?  El pozo tenía catorce metros     cuclillas en mi cubil y recogí la famosa pipa bien guardada
          sobre piedra vida. Talvez, quién sabe  ... Pero para ello sería       entre el follaje. Aquél era el momento de dedicar toda mi
          preciso traer sogas, hombres; y Mercedes  ...                         seriedad a agotar la pipa.
              -¡Pobre, pobre madre! -repetía mi tía.                                 El humo de aquel tabaco humedecido, seco, vuelto a
              Justo es decir que para mí, el pequeño héroe, mártir de           humedecer y resecar infinitas veces, tenía en aquel momento
                                                                                un gusto a cumbarí, solución Coirre y sulfato de soda, mucho
         su  dignidad corporal, no hubo una sola lágrima. Mamá acapa­
                                                                                más ventajoso que la primera vez. Emprendí, sin embargo, la
         raba todos los entusiasmos de aquel dolor, sacrificándole ellos
         la remota probabilidad de vida que yo pudiera aún conservar            tarea que sabía dura, con  el  ceño contraído y  los dientes
                     �
         a ! lá abajo. Lo  ual, hiriendo mi doble vanidad de muerto y de        crispados sobre la boquilla.
                _ _
         vivo, avivo m1 sed de venganza.                                             Fumé, quiero creer que cuarta pipa. Sólo recuerdo que al
                                                                                final el cañaveral se puso completamente azul y comenzó a
              Media hora después mamá volvió a preguntar por mí,
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