Page 130 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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Es posible que sí. De todos modos el padrastrillo, des­
          danzar a dos dedos de mis ojos. Dos o tres martillos de cada          pués de mirarme fijamente, se encogió d hombros, levantan-
          lado  de  la  cabeza  comenzaron  a  destrozarme  las  sienes,                                         :
                                                                                                                                  t
          mientras el estómago, instalado  en plena boca, aspiraba él           do hasta mi cuello la sábana un poco ca1da.   .   d  e  es e
          mismo directamente las últimas bocanadas de humo.                          -Me  parece  que  mejor  haría  en  ser  amigo
                                                                                 microbio -murmuró.
               Volví en mí cuando  me llevaban en brazos a casa. A                   -Creo lo mismo -le respond1.
          pesar de lo horriblemente enfermo que me encontraba, tuve el                y me dormí.
          tacto de continuar dormido, por lo que pudiera pasar. Sentí los
          brazos delirantes de mi mamá sacudiéndome.
               -¡Mi hijo  querido! ¡Eduardo, mi hijo! ¡Ah, Alfonso,
          nunca te perdonaré el dolor que me has causado!
               -¡Pero  vamos!  -decíale  mi  tía mayor-.  ¡No  seas
          loca, Mercedes! ¡Ya ves que no tiene nada!
               -¡Ah! -repuso mamá llevándose las manos al corazón
          en un inmenso suspiro-. ¡ Si, ya pasó ... ! Pero dime, Alfonso,
          ¿cómo pudo no haberse hecho nada? ¡Ese pozo, Dios mío ... !
               El padrastrillo, quebrantado a su vez, habló vagamente
          de desmoronamiento, tierra blanda, prefiriendo dejar para un
          momento de mayor calma la solución verdadera, mientras la
          pobre mamá no se percataba de la horrible infección de tabaco
          que exhalaba su suicida.
               Abrí al fin los ojos, me sonreí, y volví a dormirme; esta
          vez hor.rada y profundamente.
               Tarde ya, el tío Alfonso me despertó.
               -¿Qué merecerías que te hiciera? -me dijo con sibi­
          lante rencor-. ¡Lo que es mañana, le cuento todo a tu madre,
          y ya verás lo que son gracias!
               Yo veía aún bastante mal, las cosas bailaban un poco, y
          el estómago continuaba todavía adherido  a la garganta. Sin
          embargo, le respondí:

               -¡ Si le cuentas algo a mamá, lo que es esta vez te juro
          que me tiro!
               Los ojos de un joven suicida que fumó heroicamente su
          pipa, ¿expresan acaso desesperado valor?
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