Page 122 - Cuentos de Amor locura y Muerte
P. 122

d los alrededores. Una hermana de mamá, que había tenido             secas  varas verticales, varas oblicuas, varas atravesadas, varas
            �
           viruela en su niñez, quedó al lado de Lucía.                         dobl¡das hacia tierra. Las hojas secas, detenidas en su caída,
               Seguramente en los primeros días mamá pasó crueles               entretejían el macizo, que llenaba el aire de polvo y briznas al
           angustias por sus hijos que habían besado a la virolenta. Pero       menor contacto.
           en cambio nosotros, convertidos en furiosos robinsones  no                 Aclaramos el secreto, sin embargo, y sentados con mi
           teníamos tiempo para acordarnos de nue�.tra tía. Hacía mu�ho         hermana en la sombáa guardia de algún rincón, bien juntos Y
          tiemp que la quinta dormía en su sombrío y húmedo sosiego.            mudos en la semioscuridad, gozamos horas enteras el orgullo de
               �
          NaranJos  blanquecinos  de diaspis;  duraznos  rajados  en la         no sentir miedo.
          horqueta;  membrillos  con  aspecto  de  mimbres;  higueras                 Fue allí donde una tarde, avergonzados de nuestra poca
          rastreantes a fuerza de abandono, aquello daba, en su tupida          iniciativa, inventamos fumar. Mamá era viuda;  con nosotros
             _
          hoJarasca que ahogaba los pasos, fuerte sensación de paraíso           vivían  habitualmente dos hermanas suyas,  y en aquellos
          terrenal.                                                             momentos un hermano, precisamente el que había venido con
               N sotros  o éramos precisamente Adán y Eva; pero sí              Lucía de Buenos Aires.
                       �
                �
          los heroicos robmsones, arrastrados a nuestro destino por una               Éste, nuestro tío de veinte años, muy elegante y  presumido,
          gran desgracia de familia: la muerte de r.uestra tía, acaecida        habíase atribuido sobre nosotros dos cierta potestad que mamá,
          cuatro días después de comenzar nuestra �xploración.                   con el disgusto actual y su falta de carácter, fomentaba.
               Pa ábamos el día entero huroneando por la quinta, bien                 María  y yo, por lo pronto, profesábamos cordialísima
                 �
          que las higueras, demasiado tupidas al pie, nos inquietaran un         antipatía al padrastrillo.
          poco.  El pozo  también suscitaba nuestras preocupaciones                   -Te aseguro -decía él a mamá, señalándonos con el
          geográficas. Era éste un viejo pozo inconcluso, cuyos trabajos         mentón- que desearía vivir siempre contigo para vigilar a tus
          se habían detenido a los catorce metros sobre un fondo de              hijos. Te van a dar mucho trabajo.
         piedra, Y  que  desaparecía ahora entre  los  culantrillos y  doradillas     - ¡Déjalos! - respondía mamá, cansada  . .
         d sus paredes. Era, sin embargo, menester explorarlo, y por                  Nosotros no decíamos nada; pero nos mirábamos por
           �
         via de avanzada  logramos con infinitos esfuerzos llevar  hasta         encima del plato.
         su borde una  gran piedra. Como  el  pozo quedaba oculto tras un             A este severo personaje, pues, habíamos robado un  paquete
         macizo de cañas, nos fue permitida esta maniobra sin que                de cigarrillos; y aunque nos tentaba iniciamos súbitamen e  n la
                                                                                                                              � ;
         mam�  se  enterase.  No  obstante,  María,  cuya  inspiración           viril virtud,  esperamos el artefacto. Este artefacto constsha en
         poética  primó  siempre  en  nuestras  empresas,  obtuvo  que           una  pipa que  yo había  fabricado con un  trozo  de caña, por
         aplazáramos el fenómeno hasta que una gran lluvia, llenando             depósito; una varilla de cortina, por boquilla; y por cemento,
         a medias el pozo, nos proporcionara satisfacción artística a la         masilla de un vidrio recién colocado. La pipa era perfecta: grande,
         par que científica.                                                     liviana y de varios colores. En nuestra madriguera d I caña eral ·
                                                                                                                               �
                                                                                                                          �
                                                                                                                           ,
              Pero lo que sobre todo atrajo nuestros asaltos diarios fue         cargárnosla María y  yo con religiosa y  firme unc10n. Cmco
         el cañaveral. Tardamos dos  semanas  enteras en explorar  como          cigarrillos  dejaron  su  tabaco  adentro,  y  entán � onos
                                                                                                                        �
         era  debido  aquel  diluviano  enredo  de yaras  verdes,  varas         entonces  coi�  las  rodillas  altas  encend1  la  pipa  Y
                                120                                                                      121
   117   118   119   120   121   122   123   124   125   126   127