Page 117 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-¿Qué hay, qué hay? -preguntó, echándose al suelo.
 quiso honrar su vida aceitad  a con  os o tres choques de vida  -Nada  ... Cuidado  con los pies ... La corrección  ..
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 intensa.  y por  este  motiv   emontaba  el  araná  hasta  un  Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a
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 obr aj e, con sus  fa mosos str :; b t  que  llamamos  corrección.  Son pequeñas,  negras,  brillantes,  y
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 A  penas salido de  Corrientes  hab'  ia calzado sus  recias  marchan velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencial­
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 e  pa1saJe.
 botas, pues  los yacarés de I  a  on  a  calentaban ya  J  ·  •   mente  carnívoras. Avanzan devorando  todo lo que  encuentran a
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 M  as a pesar de ello, el contador público cm  aba mucho de su  su paso: arañas, grillos, alacranes, sapos, víboras, y a cuanto  ser
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 calzado, evitándole arañazos Y sucios  contactos   no puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea,
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 De este modo llegó al obraje de su  d  �º• Y a la hora,   que no huya de ellas. Su entrada  en una  casa supone la extermina­
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 tuvo éste que contener el dese  f  d  d  e su amJado   ción absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincón ni agujero
 -¿   d ó  d  e v  as a  ora. -le había preguntado, sorpren-  profundo donde no se precipite el río  devorador. Los perros  aú­
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 dido.   llan, los bueyes mugen, y es forzoso abandonarles la casa, a true­
 .  -Al  monte;  quiero  recorrerlo  un  poco  -repuso  que de ser roído en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en
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 Benmcasa, que acababa de col  g :� ; : :�: �� ster al h�mbro .  el lugar uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos,
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 .   -¡P ero, infeliz! N o vas   d r  paso. Sigue la  carne o grasa. Una vez devorado, se van.
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 picada, si quieres  O me·  JOr,  eJa esa arma  , Y manana te haré  No resisten, sin embargo, a la creolina o droga similar; y  como
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 acompañar por un peón.   en el obraje abunda  aquélla, antes de una hora  el chalet quedó
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 Benincasa renunció a su paseo.  o obstante, fue hasta la
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             Benincasa se observaba muy de  cerca  en los  pies  la  placa
 vera  del  bosque  y se  d  t  e uvo.  ntentó  va  gamente  un  paso   libre de la corrección.
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 adentro, y quedó quieto  M  f ó  1 •  as manos en los bolsillos, y
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             -¡Pican muy fuerte, realmente! -dijo sorprendido, levan-
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 miró  con  detención aq.uell  a  mextncable  m  arana,  s1  ando   lívida de una mordedura.
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 éb1lmente aires truncos  D  espues  e observar de nuevo  el
              Éste, para quien la  observación no tenía ya ningún valor, no
 bosque a un  o_y �tro lad?, retornó bastante desilusionado   tando la cabeza hacia su padrino .
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 Al d' a s1gu1ente, sm embarg  o, recomó la picada central   respondió, felicitándose en cambio de haber contenido a tiempo
 por espacio de una legua  ' y aunque  su fusil volvió profunda­  la invasión. Benincasa reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda
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 mente  dormido  B  enmcasa no  depl  ó  1 paseo. Las  fieras
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              Al día  siguiente se fue al monte,  esta vez  con un  machete,
 llegarían poco a poco.   la noche por pesadillas tropicales.
 Llegaron  éstas  a  la  segunda  noch  e  -aunque  de  un  pues  había  concluido  por  comprender que  tal utensilio  le  sería
 carácter un poco singular.   en el monte mucho más  útil que  el fusil. Cierto es  que su pulso
 Benincasa dormía pro fu  d  amente, cuando fue desperta-  no  era  maravilloso, y su acierto,  mucho  menos. Pero  de todos
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 do por su padrino.   modos lograba trozar las ramas, azotarse la  cara y  cortarse las
 , dormilón! Levántate, que te van a comer vivo
               El monte  crepuscular y  silencioso lo  cansó pronto. Dábale
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 Be��h mcasa se sentó bruscame  t  n e en  a cama, alucinado   botas -todo en uno.
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 por la luz de los tres faroles d  e v1ento que se movían de un lado
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 a otro en la pieza. Su padr'  mo y  os peones regaban  el piso.
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