Page 112 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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chalana-, sería más allá de Posadas formidable inundación. Las untuosidad de aceite. A ambos lados pasaban y pasaban sin
maderas habían comenzado a descender, cedros o poco menos, y cesar sombras densas. Un hombre ahogado trope�ó con la
el pescador reservaba prudentemente sus fuerzas. guabiroba; Candiyú se inclinó, y vio que tenía la garganta
Esa noche el agua subió un metro aún, y a la tarde abierta. Luego, visitantes incómodos, víboras al asalto, las
siguiente, Candiyú tuvo la sorpresa de ver en el extremo de su mismas que en las crecidas trepan por las ruedas de los vapores
anteojo una barra, una verdadera tropa de vigas sueltas que hasta los camarotes.
doblaban la punta de Itacurubí. Madera de lomo blanquecino, y El hercúleo trabajo proseguía, la pala temblaba bajo el
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perfectamente seca. agua, pero el remero era arrastrado a csar de todo. A! f n se
Allí estaba su lugar. Saltó en su guabiroba, y paleó al rindió; ceLTó más el ángulo de abordaJe, y sumó sus ultunas
encuentro de la caza. fuerzas para alcanzar el borde del canal, que rozaba los
Ahora bien, en una creciente del Alto Paraná se encuentran canteles del Teyucuaré. Durante diez minutos, el pescador de
muchas cosas antes de llegar a '1a viga elegida. Árboles enteros, vigas, los tendones del cuello duros y los pectorales c?mo
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desde luego, arrancados de cuajo y con las raíces negras al aire, piedra, hizo lo que jamás volvería a hac r nadie para sahr de
como pulpos. Vacas y mulas muertas, en compañía de buen lote la canal en una creciente, con una v1 ga a remolque. La
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de animales salvajes ahogados, fusilados o con una flecha plantada guabiroba alcanzó por fin las piedras, se tu bó, justamente
aún en el vientre. Altos conos de hormigas amontonadas sobre cuando a Candiyú quedaba la fuerza suficiente -y nada
un raigón. Algún tigre, tal vez; camalotes y éspuma a discreción, más- para sujetar la soga y desplomarse de espaldas.
sin contar, cjaro está, las víboras. Solamente un mes más tarde tuvo míster Hall sus tres
Candiyú esquivó, derivó, tropezó y volcó muchas veces docenas de tablas, y veinte segundos después entregaba a
más de las necesarias hasta llegar a su presa. Al fin la tuvo; un Candiyú el gramófono, incluso veinte discos. .
machetazo puso al vivo la veta sanguínea del palo rosa, y La firma Castelhum y Cía., no obstante la flot11\a de
recostándose a la viga pudo derivar con ella oblicuamente algún lanchas a vapor que lanzó 'contra las vigas -y esto por
trecho. Pero las ramas, los árboles, p a saban sin cesar, bastante más de treinta días-, perdió muchas. Y si alguna vez
arrastrándolo. Cambió de táctica; enlazó su presa, y comenzó Castelhum llega a San Ignacio y visita a míster Hall, admirará
entonces la lucha muda y sin tregua, echando silenciosamente el sinceramente los muebles del citado contador, hechos de palo
alma a cada palada. rosa.
Una viga, derivando con una gran creciente, lleva un
impulso suficientemente grande para que tres hombres titubeen
antes de atreverse con ella. Pero Candiyú unía a su gran aliento
treinta años de piraterías en río bajo o alto, y deseaba, además,
ser dueño de un gramófono.
La noche, que caía ya, le deparó incidentes a su plena
satisfacción. El río, a flor de ojo casi, corría velozmente con
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