Page 113 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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chalana-, sería más allá de Posadas formidable inundación. Las   untuosidad de aceite. A ambos lados pasaban y pasaban sin
 maderas habían comenzado a descender, cedros o poco menos, y   cesar sombras densas.  Un hombre ahogado trope�ó  con la
 el pescador reservaba prudentemente sus fuerzas.   guabiroba;  Candiyú  se  inclinó, y vio que tenía la garganta
 Esa  noche el  agua  subió  un  metro aún,  y  a la  tarde   abierta. Luego, visitantes incómodos, víboras al asalto, las
 siguiente, Candiyú tuvo la sorpresa de ver en el extremo de su   mismas que en las  crecidas trepan por las  ruedas  de  los vapores
 anteojo una barra, una verdadera tropa de vigas sueltas que   hasta los camarotes.
 doblaban la punta de Itacurubí. Madera de lomo blanquecino, y  El hercúleo trabajo proseguía, la pala temblaba bajo el
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 perfectamente seca.   agua, pero el remero era arrastrado a  csar de todo. A! f n se
 Allí estaba su lugar.  Saltó en su guabiroba, y paleó al   rindió; ceLTó más el ángulo de abordaJe,  y sumó sus ultunas
 encuentro de la caza.   fuerzas  para  alcanzar  el  borde  del  canal,  que  rozaba  los
 Ahora  bien, en una creciente del  Alto Paraná se encuentran   canteles del Teyucuaré. Durante diez minutos, el pescador de
 muchas cosas antes de llegar a '1a viga elegida. Árboles enteros,   vigas, los tendones del cuello duros y los pectorales c?mo
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 desde luego, arrancados de cuajo y con las raíces negras al aire,   piedra, hizo lo que jamás volvería a hac r nadie para sahr de
 como pulpos. Vacas y mulas muertas, en compañía de buen lote   la  canal  en  una  creciente,  con  una  v1 ga  a  remolque.  La
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 de animales salvajes ahogados, fusilados o con una flecha plantada   guabiroba alcanzó por fin las piedras, se tu bó, justamente
 aún en el vientre. Altos conos de hormigas amontonadas sobre   cuando  a  Candiyú quedaba la  fuerza  suficiente  -y  nada
 un raigón. Algún tigre, tal vez; camalotes y éspuma a discreción,   más- para sujetar la soga y desplomarse de espaldas.
 sin contar, cjaro está, las víboras.   Solamente un mes más tarde tuvo míster Hall sus tres
 Candiyú esquivó, derivó, tropezó y volcó muchas veces   docenas de tablas,  y  veinte segundos después  entregaba  a
 más de las necesarias hasta llegar a su presa. Al fin la tuvo; un   Candiyú el gramófono, incluso veinte discos.   .
 machetazo  puso  al vivo la veta sanguínea del palo rosa, y   La firma Castelhum y Cía., no obstante la  flot11\a de
 recostándose a la viga pudo derivar con ella oblicuamente algún   lanchas  a  vapor  que lanzó 'contra  las  vigas -y  esto  por
 trecho.  Pero  las  ramas,  los  árboles,  p a saban  sin  cesar,   bastante más de treinta días-, perdió muchas. Y si alguna vez
 arrastrándolo. Cambió de táctica; enlazó su presa, y comenzó   Castelhum llega a San Ignacio y visita a míster Hall, admirará
 entonces la lucha muda y sin tregua, echando silenciosamente el   sinceramente los muebles del citado contador, hechos de palo
 alma a cada palada.   rosa.
 Una viga, derivando con  una gran creciente, lleva un
 impulso suficientemente grande para que tres hombres titubeen
 antes de atreverse con ella. Pero Candiyú unía a su gran aliento
 treinta años de piraterías en río bajo o alto, y deseaba, además,
 ser dueño de un gramófono.
 La noche, que caía ya, le deparó incidentes a su plena
 satisfacción. El río, a flor de ojo casi, corría velozmente con



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