Page 111 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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para movilizar; le respondieron que con el dinero de la primera  el campamento. Castelhum bajó a Posadas sobre un agua de
 jangada a recibir, le remitirían las mulas; y el encargado contestó  inundación que iba corriendo siete millas, y que al salir del
 que con esas mulas anticipadas les mandarí� la primera jangada.  Guayra se había alzado siete metros la noche anterior.
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 No había modo de entenderse. Castelhum subió hasta el obraje  ·'  Tras gran sequía, grandes lluvias. A mediodía comenzó
 � vio él stock de madera en el campamento, sobre la barranca del  el diluvio, y durante cincuenta y dos horas consecutivas el
 Nacanguazú.   monte tronó de agua. El arroyo, venido a torrente, pasó a
 -¿Cuánto?-preguntó Castelhum a su encargado.  rugiente avalancha de agua roja. Los peones, calados hasta los
 -Treinticinco mil pesos -repuso éste.  huesos, con su flacura en relieve por la ropa pegada al cuerpo,
 Era lo necesario para trasladar las vigas al Paraná. Y sin con­  despeñaban las vigas por la barranca. Cada esfuerzo arrancaba
 tar la estación impropia.  un unísono grito de ánimo, y  cuando la monstruosa viga
 Bajo la lluvia que unía en un solo hilo de agua su capa de  rodaba dando tumbos y se hundía con un cañonazo en el agua,
 go a y su caballo, Castelhum consideró largo rato el arroyo arre­  todos los peones lanzaban su ¡a ... hijú ! de triunfo. Y luego, los
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 molmado. Senalando luego el torrente con un movimiento del  esfuerzos malgastados en 'el barro líquido, la zafadura de las
 capuchón:  palancas, las costaladas bajo la lluvia torrencial. Y la fiebre.
 -¿Las aguas llegarán a cubrir el salto?-preguntó a su com-  Bruscamente,  por  fin,  el  diluvio cesó.  En el  súbito
 pañero.    silencio circunstante se oyó el tronar de la lluvia todavía sobre
 -Si llueve mucho, sí.  el bosque inmediato. Más sordo y más hondo, el retumbo del
 -Hasta este momento; esperaba órdenes suyas.  Ñacanguazú. Algunas gotas, distanciadas y livianas, caían
 -Bien -dijo Castelhum-. Creo que vamos a salir bien  aún del cielo exhausto. Pero el tiempo proseguía cargado, sin
 Óigame, Femández: esta misma tarde refuerce la maroma en 1�  el más ligero soplo. Se respiraba agua, y apenas los peones
 barra, y comience a arrimar todas las vigas, aquí a la barranca. El  hubieron descansado un par de horas, la lluvia recomenzó -
 arroyo está limpio, según me dijo. Mañana de mañana bajo a Po­  la lluvia a plomo, maciza y blanca de las crecidas-. El trabajo
 sadas, y desde entonces, con el primer temporal que venga, eche  urgía-los sueldos habían subido valientemente-, y mien­
 los palos al arroyo. ¿Entiende? Una buena lluvia.  tras  el  temporal siguió,  los  peones  continuaron  gritando,
 El mayordomo lo miró, abriendo los ojos.  cayéndose y tumbando bajo el agua helada.
 -La maroma va a ceder"antes que lleguen mil vigas.   En la barra del Ñacanguazú; la barrera flotante contuvo
 -Ya sé, no importa. Y nos costará muchísimos pesos. Vol-  a  los  primeros  palos  que llegaron,  y  resistió  arqueada  y
 vamos y hablaremos más largo.  gimiendo a muchos más; hasta que al empuje incontenible de
 Femández se encogió de hombros, y silbó a los capataces.  las vigas que llegaban como catapultas contra la maroma el
 En el resto del día, sin lluvia, pero empapado en calma de  cable cedió.
 agua, los peones tendieron de una orilla a otra en la barra del
 arroyo la cadena de vigas, y el tumbaje de palos comenzó en  Candiyú observaba el río con su anteojo, considerando
            que la creciente actual, que allí en San Ignacio había subido
            dos metros más el día anterior -llevándose, por lo demás, su

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