Page 47 - Narraciones extraordinarias
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allí mismo, sobre postizos y rellenos, en una especie de arre-  qui.: buscaba vivía en la ciudad, procuró informarse a erca de
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 bato de cólera, bailó un fandango.   mí. El caballero que la acompañaba me conocia de vista Y le
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 Yo me había hundido en el  sillón que ella acababa de   dijo quién era yo. Dicl}_a información la indujo a repetl su
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 abandonar, repitiendo alelado:  -Moissart y Voissart,-Crois­  l'xamen con los anteojos; aquel examen que me enardec10 Y
 sart y Moissart... -. De pronto, no pude contener un grito: -  111c llevó a comportarme de la manera ya referida. Entonces
 Napoleón  Bonaparte  Froissart!  iEse  soy  yo!  iEscúcheme   l 11 • cuando ella me devolvió el saludo, pensando que, por al­
 bien, vieja serpiente, ese soy yo! ¿Lo oye? iYo soy Napoleón   ¡•,u  na circunstancia imprevisible, yo hahía descuhi rt su  iden-
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 Bonaparte Froissart! iY que el infierno me condene eterna­  1 idad. Cuando,  engañado por la debilidad de  m1 vista y los
 mente! iAcabo de casarme con mi tatarahuela!   1·11cantos de  la singular dama, pregunté a Talbot quien era
 Madame Eugenia Lalande, quasi Simpson, antes Mois­  l'lla, mi amigo imaginó que me refería a la belleza más joven,
 sart, era ni más ni menos que mi tatarabuela. Hahía sido muy   11 sea a Stephanie Lalande, y por eso me informó que se tra-
 hermosa, y aún a los ochenta y dos años, conservaba la talla   1 :illa de la famosa viuda madame Lalande.
 majestuosa, el escultórico perfil, y los bellos ojos de su juven­  Al día siguiente, mi tatarabuela se encont ��  con T l  t,
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 tud. Con estas cualidades, el blanco de perla, el cabello y los   "1l t iguo conocido suyo en París, y la conversac1on se refmo a
 dientes postizos, y con la ayuda de las más hábiles modistas de   111i persona. En esa ocasión quedaron explicados los d fectos
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 París, se las había arreglado para cumplir un digno papel en­  1k mi vista, que ya  eran muy comentados, aunque yo siempre
 tre las bellezas un  peu  passées  • de la metrópoli francesa. En   11 atara de ocultarlos, y la buena anciana comprendió, con pe­
 este aspecto, podía considerársela como el doble de la famo­  na, que estaba engañada al suponer que yo acababa de des-
 sa Ninon de L'Enclos.   1 ubrir nuestros lazos familiares. Lo único que había hecho  era
 Era inmensamente  rica, y al quedar  viuda por segunda   l11 tontería de cortejar abiertamente, y en un teatro, a una  n-
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 vez, y sin hijos, se acordó de mi existencia en América. Con el   1 iana desconocida. Entonces quiso castigarme  por aquella 1m­
 propósito de hacerme  su heredero, decidió  visitar Estados
 Unidos, en compañía de una sobrina lejana des  u segundo ma­  l ,1 udencia, y tramó todo el plan con Talbot.
 rido, incomparablemente bella, la admirable madame Step­  En cuanto a mis investigaciones callejeras acerca de la
 hanie Lalande.   l\nmosa viuda La  lande, supusieron que me refería a la joven,
 En el teatro, mi presencia llamó fuertemente la atención   111;· 1s claramente, a Stephanic La  lande. De este modo se expli­
 a mi tatarabuela, y después de examinarme con los anteojos,   ra la conversación con aquellos tres amigos, y su alusión a Ni-
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 quedó impresionada al notar que guardábamos cierto pareci­  1 H 111 de L'Enclos.
 do de familia.   En la velada musical, mi necia obstinación en no usar  len­
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 Interesada por esta razón, y sabiendo que el heredero al   ll'S rue lo que me impidió descubrir su edad. Cuando m da-
 •     1111' Lalande fue invitada a cantar, se trataba de Stephame, la
 Un peu passées: algo pasadas de moda, algo viejas. (N. del E.)   ¡11vcn, y mi tatarabuela, para completar el engaño, se levantó

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