Page 46 - Narraciones extraordinarias
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allí mismo, sobre postizos y rellenos, en una especie de arre- qui.: buscaba vivía en la ciudad, procuró informarse a erca de
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bato de cólera, bailó un fandango. mí. El caballero que la acompañaba me conocia de vista Y le
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Yo me había hundido en el sillón que ella acababa de dijo quién era yo. Dicl}_a información la indujo a repetl su
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abandonar, repitiendo alelado: -Moissart y Voissart,-Crois l'xamen con los anteojos; aquel examen que me enardec10 Y
sart y Moissart... -. De pronto, no pude contener un grito: - 111c llevó a comportarme de la manera ya referida. Entonces
Napoleón Bonaparte Froissart! iEse soy yo! iEscúcheme l 11 • cuando ella me devolvió el saludo, pensando que, por al
bien, vieja serpiente, ese soy yo! ¿Lo oye? iYo soy Napoleón ¡•,u na circunstancia imprevisible, yo hahía descuhi rt su iden-
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Bonaparte Froissart! iY que el infierno me condene eterna 1 idad. Cuando, engañado por la debilidad de m1 vista y los
mente! iAcabo de casarme con mi tatarahuela! 1·11cantos de la singular dama, pregunté a Talbot quien era
Madame Eugenia Lalande, quasi Simpson, antes Mois l'lla, mi amigo imaginó que me refería a la belleza más joven,
sart, era ni más ni menos que mi tatarabuela. Hahía sido muy 11 sea a Stephanie Lalande, y por eso me informó que se tra-
hermosa, y aún a los ochenta y dos años, conservaba la talla 1 :illa de la famosa viuda madame Lalande.
majestuosa, el escultórico perfil, y los bellos ojos de su juven Al día siguiente, mi tatarabuela se encont �� con T l t,
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tud. Con estas cualidades, el blanco de perla, el cabello y los "1l t iguo conocido suyo en París, y la conversac1on se refmo a
dientes postizos, y con la ayuda de las más hábiles modistas de 111i persona. En esa ocasión quedaron explicados los d fectos
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París, se las había arreglado para cumplir un digno papel en 1k mi vista, que ya eran muy comentados, aunque yo siempre
tre las bellezas un peu passées • de la metrópoli francesa. En 11 atara de ocultarlos, y la buena anciana comprendió, con pe
este aspecto, podía considerársela como el doble de la famo na, que estaba engañada al suponer que yo acababa de des-
sa Ninon de L'Enclos. 1 ubrir nuestros lazos familiares. Lo único que había hecho era
Era inmensamente rica, y al quedar viuda por segunda l11 tontería de cortejar abiertamente, y en un teatro, a una n-
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vez, y sin hijos, se acordó de mi existencia en América. Con el 1 iana desconocida. Entonces quiso castigarme por aquella 1m
propósito de hacerme su heredero, decidió visitar Estados
Unidos, en compañía de una sobrina lejana des u segundo ma l ,1 udencia, y tramó todo el plan con Talbot.
rido, incomparablemente bella, la admirable madame Step En cuanto a mis investigaciones callejeras acerca de la
hanie Lalande. l\nmosa viuda La lande, supusieron que me refería a la joven,
En el teatro, mi presencia llamó fuertemente la atención 111;· 1s claramente, a Stephanic La lande. De este modo se expli
a mi tatarabuela, y después de examinarme con los anteojos, ra la conversación con aquellos tres amigos, y su alusión a Ni-
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quedó impresionada al notar que guardábamos cierto pareci 1 H 111 de L'Enclos.
do de familia. En la velada musical, mi necia obstinación en no usar len
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Interesada por esta razón, y sabiendo que el heredero al ll'S rue lo que me impidió descubrir su edad. Cuando m da-
• 1111' Lalande fue invitada a cantar, se trataba de Stephame, la
Un peu passées: algo pasadas de moda, algo viejas. (N. del E.) ¡11vcn, y mi tatarabuela, para completar el engaño, se levantó
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