Page 48 - Narraciones extraordinarias
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simultáneamente para acompañarla hasta el piano. En con­                MANUSCRITO ENCONTRADO EN UNA
             s cuencia, la voz que tanto admiré era la de madame Stepha­                              BOTELLA
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             me Lalande. No será necesario añadir que los cristales de los
             anteojos que usaba la anciana dama, ella misma los había cam­
            b � ado por otros que se adaptaban mejor a mis años, y que se
            aJustaron perfectamente a mi vista.
                El sacerdote, que no había hecho sino fingir aquel fatal
            enlace, era un amigo de Talbot y no un auténtico clérigo. Un                                      Q11i n 'a plus qu 'un moment a vivre,
            ho bre  uy astuto, q e después de quitarse la sotana para                                         N' a plus rien a dissim11ler. •
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            vestir de librea, condujo el coche de alquiler que transportó
            a lafeliz  parej fuera de la ciudad. Talbot tomó asiento junto
                         �
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            a el. Los dos pillastres estaban de acuerdo, y por una ventana
            entreabierta de aquella salita en la hostería, se divirtieron con   1 't 111 respecto a mi patria y a mi familia es poco lo que puedo
            el desenlace del drama. Pienso que me veré obligado a desa­         11111lar. Los malos tratos, y el correr de los años, me alejaron
            fiarlos a los dos.                                                  ill' ambas. Sin embargo, la fortuna que heredé me permitió
                A pesar de todo, no soy el marido de mi tatarabuela, y          udquirir una educación fuera de lo común; esta educación,
            pen arlo me proporciona un infinito desahogo. Pero soy el            1111ida a cierta tendencia contemplativa de mi espíritu, me ca­
               �
            mando de madame Lalande. Sí, de madame Stephanie La­                 p11ritó  para dar un orden metódico a los primeros estudios
            lande, con la cual, la anciana Eugenia, al mismo tiempo que         1p1 • fui acumulando. Especialmente me deleitaron las obras
            me ha declarado su único heredero, se ha tomado la molestia         11l- lns moralistas alemanes, pero no por una admiración equi­
            de emparejarme.                                                     v, ,cada a su elocuente locura, sino por la facilidad con que mi
               En conclusión, se terminaron para mí las cartas de amor          lmma rigurosa de pensar me capacitaba para descubrir sus
            y jamás volverá alguien a verme sin mis anteojos.                   1  :dsedades. A menudo me criticaron por lo árido de mis jui­
                                                                                l'i( ,s, me juzgaron como si fuera un crimen por mi falta de ima­
                                                                                 p  i nación, y el escepticismo de mis opiniones me puso siempre
                                                                                 l'll evidencia. En efecto, mi profunda afición por la filosofía
                                                                                 naturalista había impregnando mi espíritu con el error, muy
                                                                                 rnmún en esos tiempos, de atribuir a todas las circunstancias
                                                                                 los principios empíricos de dicha'€iencia, y reconozco que no

                                                                                 •/\quien sólo le queda un momento de vida, ya no tiene que disimular na­
                                                                                d;1 (N. del E.)
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