Page 52 - Narraciones extraordinarias
P. 52

,  \
                Es imposible explicar el milagro que me hizo escapar de         dt·stc y Sur, con insignificantes variaciones, y, de este modo,
             la muerte. Ignoro cuánto tiempo estuve aturdido, y al reco­        podríamos haber ido a parar a las costas de Nueva Holanda.
             brarme me vi aprisionado entre el estambor y el timón. Con         /\1 quinto día la temperatura disminuyó en extremo. El sol sa­
             mucha dificultad me levanté, y al observar a mi alrededor me       lic'1 con un tinte opaco y amarillento, y descendió en el hori-
             sobrecogió la idea de que estábamos girando entre rompien­         1011te con una luz indecisa, aunque no existían nubes.  El
             tes; un gigantesco y terrorífico remolino de agua, y montañas      vi ·nto seguía soplando  con furia constante.  Hacia lo que
             de espuma, nos envolvían. De pronto escuché la voz de un           podíamos calcular era ya el mediodía, ese sol no era más que
             anciano sueco  que se había embarcado  con nosotros.  Lo           1111 fulgor sin reflejos, una luz pálida. Y poco antes de extin­
             llamé, desesperado, y lo vi avanzar, vacilante, desde la popa.     guirse en el horizonte, pareció despojado de su fuego. Cuan­
             Al acercarnos, descubrimos que éramos los únicos sobrevi­          do se hundió en el océano no era más que un tenue círculo
             vientes del siniestro. El Capitán y los pilotos debían haber pe­   , , 1lor de plata.
             recido mientras dormían en sus camarotes, inundados por el             En vano esperamos la llegada del sexto día. Este día, pa-
             agua, y el resto de la gente atrapado por las olas. Solos, el vie­  111 mí, no ha llegado aún, y para el viejo sueco no llegará jamás.
             jo y yo, era muy poco lo que podíamos hacer para poner a sal­      1 >csdeel instante en que desapareció la ínfima luz del sol, dejó
             vo el buque, y cualquier esfuerzo parecía inútil ante la certeza   dv amanecer. Las espesas tinieblas nos amortajaron, y la eter-
             de que íbamos a hundirnos.                                         1111 noche continuó envolviéndonos. El temporal aumentaba,
                Nuestro cable se había partido como un bramante en el           pero ya no era posible descubrir la espuma y la resaca. En tor-
             primer soplo del huracán y navegábamos con espantosa velo­         1u 1 a nosotros todo era un desierto de ébano, lleno de horror
             cidad, mientras montañas de agua iban y venían por sobre no­       y tristeza.
                                                                                                                                 y
             sotros.  La  estructura  de  la  popa  estaba  parcialmente            Un miedo supersticioso invadía al anciano sueco,  y o me
             destrozada, y no existía lugar en el que no padeciéramos de         rntía abrumado por un angustiante asombro. Olvidamos to­
             averías. Pero, con satisfacción verificamos que las bombas no      do cuidado del buque, y asidos al trozo que quedaba del palo
            se hallaban atascadas y que el cargamento permanecía en su          dt· mesana, mirábamos sin ver hacia el negro océano. No dis­
            sitio.                                                              poníamos de ningún medio para calcular el tiempo ni el sitio
                Durante cinco días y cinco noches, en los cuales el alimen­     pm el que navegábamos a ciegas. Pero aún así estábamos con­
            to consistió en una porción de azúcar de palma, nuestro cas­        wncidos de ir avanzando hacia el Sur, y nos extrañaba el he-
            co voló a una velocidad que desafiaba todo cálculo, contra          1 ho de no tropezar con las acostumbradas barreras de hielo.
                                                                                 ·
            rachas de viento que se sucedían intermitentemente, y que,          l '.ntre tanto, cada minuto que transcurría, nos parecía que iba
            sin alcanzar la fuerza del huracán, eran más horribles que to­      o1 ser el último de nuestras vidas. El oleaje excedía a cuanto
            das las tempestades que yo había visto en mi vida.                  Yl 1 podía imaginar, y era un milagro que no nos hundiéramos.
                Nuestro rumbo, durante los primeros cuatro días, fue Su-         l'ratando de animarnos, hablábamos de lo liviano de nuestra

                                       50                                                                  51
   47   48   49   50   51   52   53   54   55   56   57