Page 267 - Narraciones extraordinarias
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mente, es por eso que ha reclamado mis servicios.
 -Para ese chantaje -observé- es necesario que el due­
 ño conozca el nombre del ladrón. ¿ Quién se atrevería ... ?   -Sería imposible, supongo -me dijo Dupin, lanzando
 -El ladrón -dijo G.- es el ministro D., que se atreve a  una bocanada de humo- elegir un agente más sagaz.
 todo, lo  mismo  si  es  digno  o indigno al hombre. El robo   -Usted me halaga -replicó G.-, pero es probable que
 fue menos ingenioso que audaz. El documento, una carta   hayan pensado eso.
 para ser franco, fue  recibida por la persona robada mien­  -Es  evidente -dije- que la carta está aún  en posesión
 tras  se  encontraba sola en la habitación  real. Mientras  la   de  ladrón, pues ahí radica  su  poder;  una  vez  vendida la
 leía, fue visitada por una persona a quien deseaba princi­  carta, se  acaba el poder.
 palmente  ocultar  la  carta. En  un  inte,nta apresurado  por   -Es  cierto  -afirmó el Prefecto-, y  de  acuerdo  a  esa
 esconderla, hubo de dejarla abierta, como estaba, sobre la   suposición  he  obrado. Primero  organicé  una  exhaustiva
 mesa. En ese preciso momento, entra también el ministr   búsqueda en la casa del Ministro. Puse mucho cuidado en
 D.,  quien percibe la letra, la dirección, observa la confu­  que él no  se enterara, pues me advirtieron  que  cualquier
 sión de la persona a quién iba dirigida y descubre el secre­  sospecha podría ser peligrosa.
              -Pero  -dije- usted es  especialista  en ese  tipo  de  ta-
 to. Luego de tratar algunos temas, saca una carta parecida   reas; no es la primera vez que la policía de París debe lle-
 a la otra, finge  leerla y la deja en  la mesa,  encima de  la
 primera. Mantiene  la conversación de  negocios  por  otr   varlas a cabo.
              -Así es, y por eso  no  desespero. Las costumbres del
 cuarto de hora más. Al marcharse, toma la carta equivoca­
 da de la mesa. El dueño lo vio pero no se atrevió a hacer ni   Ministro me han proporcionado gran ventaja. Con frecuen­
 decir nada en presencia de la tercera persona. Finalmente   cia se ausenta de  su casa por  las noches. Tiene pocos  sir­
 el ministro D. se va dejando su propia carta, una carta si�   vientes y  estos  duermen  alejados  de  la habitación  de  su
           amo y, como son napolitanos, siempre  están dispuestos a
 importancia.
 -Pues bien -me dijo Dupin-, he aquí lo usted requería:  emborracharse. Como usted  sabe, poseo llaves con las cua­
 el ladrón sabe que el dueño de la carta conoce al ladrón.   les puedo abrir todos los departamentos de París. Durante
 -Ciertamente -agregó el Prefecto-, el ladrón ha abusa­  tres meses no ha habido ninguna noche en que no me dedi­
 do de ese poder durante todos estos meses para fines políti­  que  particularmente  a registrar la casa  del Ministro. Mi
 cos, llegando  a límites  en extremos  peligrosos. El dueño   honor está en juego, además, ofrecen una gran recompen­
 está convencido de la necesidad de recobrar la carta. Como   sa. Por esto no he abandonado la búsqueda, por lo menos
 comprenderán,  un  trabajo  así  no  puede  hacerse  abierta-  hasta comprobar  que  ese hombre  es  más  astuto  que  yo.

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