Page 212 - Narraciones extraordinarias
P. 212

EL RETRATO OVALADO










                                                                                      El castillo al cual mi criado había entrado a la fuerza
                                                                                   antes de dejarme, malherido como estaba, pasar la noche
                                                                                   al  aire libre, tenía la grandeza y  melancolía de aquellas
                                                                                   viejas mansiones de los Apeninos, tan nombradas en las
                                                                                   novelas de Mrs. Radcliffe. Sin  lugar a dudas, el castillo
                                                                                   había sido recién abandonado. Nos instalamos en una de
                                                                                   las habitaciones más pequeñas y menos fastuosa, la cual
                                                                                  se ubicaba en una apartada torre del edificio y, aunque su
                                                                                  decorado era lujoso, se notaba antigua y deteriorada. Sus
                                                                                  paredes estaban cubiertas de tapices y adornadas con múl­
                                                                                  Liples y nobles escudos heráldicos; además de una enormi­
                                                                                  dad de  pinturas  modernas  enmarcadas  en  ricos  marcos
                                                                                  dorados, de estilo arabesco. Aquellas pinturas, que no sólo
                                                                                  ocupaban todo el largo de los muros, sino también diver­
                                                                                  sos rincones que la arquitectura del lugar permitía, produ­
                                                                                  jeron en mí gran interés, influenciado quizás por la fiebre
                                                                                  que me atormentaba en ese momento. Deseoso de entre­
                                                                                  garme a la contemplación de los cuadros y a la lectura de
                                                                                  un extraño y  pequeño volumen que contenía la descrip­
                                                                                  ción de cada unos de estos, ordené a Pedro cerrar las pesa­
                                                                                  das persianas -pues era de noche-, encender las bujías de


                                                                                                            211
   207   208   209   210   211   212   213   214   215   216   217