Page 59 - Hamlet
P. 59

Escena IV




                  HAMLET, OFELIA




                       HAMLET.- Existir o no existir, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del
                  ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente
                  de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un
                  sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra
                  débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es
                  dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que
                  sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo
                  mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra
                  infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la
                  insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más
                  indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la
                  violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera
                  procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando,
                  gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna
                  cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante
                  torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a
                  buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos
                  cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia,
                  las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se
                  ejecutan y se reducen a designios vanos. Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero
                  que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.

                       OFELIA.- ¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días?

                       HAMLET.- Muchas gracias. Bien.

                       OFELIA.- Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros
                  mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis.

                       HAMLET.- No, yo nunca te dí nada.

                       OFELIA.- Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras, de tan
                  suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor, pero ya disipado aquel
                  perfume, recibidlas, que un alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si
                  llega a entibiarse el afecto de quien los dio. Vedlos aquí.
   54   55   56   57   58   59   60   61   62   63   64