Page 255 - Hamlet
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a Laertes? No, Hamlet no ha sido, porque estaba fuera de sí, y si en tal ocasión (en que él a
                  sí propio se desconocía) ofendió a Laertes, no fue Hamlet el agresor, porque Hamlet lo
                  desaprueba y lo desmiente. ¿Pues quién pudo ser? Su demencia sola... Siendo esto así, el
                  desdichado Hamlet es partidario del ofendido, al paso que en su propia locura reconoce su
                  mayor contrario. Permitid, pues, que delante de esta asamblea me justifique de toda
                  siniestra intención y espere de vuestro ánimo generoso el olvido de mis desaciertos.
                  Disparaba el arpón sobre los muros de ese edificio, y por error herí a mi hermano.

                       LAERTES.- Mi corazón, cuyos impulsos naturales eran los primeros a pedirme en este
                  caso venganza, queda satisfecho. Mi honra no me permite pasar adelante ni admitir
                  reconciliación alguna; hasta que examinado el hecho por ancianos y virtuosos árbitros, se
                  declare que mi pundonor está sin mancilla. Mientras llega este caso, admito con afecto
                  recíproco el que me anunciáis, y os prometo de no ofenderle.

                       HAMLET.- Yo recibo con sincera gratitud ese ofrecimiento, y en cuanto a la batalla que
                  va a comenzarse, lidiaré con vos como si mi competidor fuese mi hermano... Vamos.
                  Dadnos floretes.

                       LAERTES.- Sí, vamos.. Uno a mí.

                       HAMLET.- La victoria no os será difícil, vuestra habilidad lucirá sobre mi ignorancia,
                  como una estrella resplandeciente entre las tinieblas de la noche.

                       LAERTES.- No os burléis, señor.

                       HAMLET.- No, no me burlo.

                       CLAUDIO.- Dales floretes, joven Enrique. Hamlet, ya sabes cuales son las condiciones.

                       HAMLET.- Sí, señor, y en verdad que habéis apostado por el más débil.

                       CLAUDIO.- No temo perder. Yo os he visto ya esgrimir a entrambos y aunque él haya
                  adelantado después; por eso mismo, el premio es mayor a favor nuestro.

                       LAERTES.- Este es muy pesado. Dejadme ver otro.

                       HAMLET.- Este me parece bueno... ¿Son todos iguales?

                       ENRIQUE.- Sí señor.

                       CLAUDIO.- Cubrid esta mesa de copas, llenas de vino. Si Hamlet da la primera o
                  segunda estocada, o en la tercera suerte da un quite al contrario, disparen toda la artillería
                  de las almenas. El Rey beberá a la salud de Hamlet echando en la copa una perla más
                  preciosa que la que han usado en su corona los cuatro últimos soberanos daneses. Traed las
                  copas, y el timbal diga a las trompetas, las trompetas al artillero distante, los cañones al
                  cielo, y el cielo a la tierra; ahora brinda el Rey de Dinamarca a la salud de Hamlet...
                  Comenzad, y vosotros que habéis de juzgarlos, observad atentos.
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