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colocarlo a tu lado. ¿Comprendido?
Muerto de miedo, Joichi dijo que sí con la cabeza y se retiró a rezar.
9) DONDE SE CUENTA EL SUPLICIO DE JOICHI.
Cerca del anochecer, Joichi se dispuso a obrar de acuerdo con las
instrucciones del sacerdote.
Se sentó en su terraza y se quedó tan quieto como cuando meditaba; casi
contenía la respiración.
El biwa, en el suelo, a su lado.
El pobrecito permaneció así durante casi dos horas.
Al fin, oyó los temidos pasos del fantasma del samurai que venía en su
busca, a través del jardín.
En cuanto estuvo a unos nueve o diez metros del ciego, rugió:
—¡Joichi! ¡Joichiii! ¡Jooooiiiichiiii!
Al no escuchar la respuesta del muchacho, el samurai se desconcertó y
dijo:
—No responde. ¿Dónde estará ese condenado? ¡No puedo ser que falte a
la cita!
Entonces, subió a la terraza y pronto estuvo frente a Joichi. Se produjo un
silencio terrible que duró algunos minutos. El corazón del ciego galopaba.
De golpe, la voz del samurai volvió a escucharse:
—¡De este maldito músico yo sólo veo sus orejas! ¡No queda otra cosa de
Joichi que su par de orejas!
Y —otra vez— el silencio, hasta que la voz prepotente exclamó, casi en
un alarido:
—¡Pues si del músico únicamente han quedado sus orejas, estas orejas le
llevaré yo a mi Señor, como prueba de que he cumplido con su orden de venir a
buscar a Joichi y que hice todo lo posible para llevarlo, entero o no!
Ahí nomás, el ciego sintió que las manos de hierro le agarraban las orejas,
que se las tironeaban con fuerza, que trataban de arrancárselas.
A pesar de su intenso dolor, Joichi no dejó escapar ni siquiera un lamento.
Se mordía los labios para aguantar esa tortura.
Tras unos instantes de forcejeo, el samurai logró su objetivo: las orejas de
Joichi ya estaban listas para serle llevadas a su Señor.
El muchacho contenía las lágrimas y el gran sufrimiento físico mientras
pensaba:
—¿En qué fallé? ¿Por qué me arrancó las orejas? El bonzo no me dijo
nada acerca de las orejas...
Enseguida, oyó los pasos del samurai que se alejaban y aunque supuso que
ya había abandonado el jardín, no se animó a moverse. Ni siquiera se atrevió a
tapar con sus manos las dos heridas, de las que —fluía— tibia la sangre
10) DONDE SE CUENTA POR QUÉ JOICHI
SE HACE FAMOSO EN TODO JAPÓN.
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