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6) DONDE SE CUENTA UNA MARAVILLOSA ACTUACIÓN
DE JOICHI ANTE MUY MISTERIOSO AUDITORIO.
A una orden del samurai, Joichi oyó que una gran puerta era abierta.
Enseguida, los dos pasaron a un jardín, lo atravesaron y pronto se
encontraron a la entrada de lo que el ciego imaginó como un enorme salón.
El samurai anunció:
—¡He traído a Joichi!
El muchacho oyó —entonces— ruidos de pies deslizándose de aquí para
allá, de puertas corredizas que se abrían y se cerraban y murmullos de voces.
De todos modos, no lograba imaginar en dónde se encontraba.
Alguien lo ayudó a subir una escalinata de piedra y lo invitó a dejar sus
ojotas en el último peldaño.
A partir de ahí, fue guiado a través de lo que a él se le antojó un laberinto
de pilares y columnas y luego sobre un extendido tramo de pulidos pisos, hasta
que —finalmente— lo ubicaron sobre un almohadón.
Joichi supuso que se hallaba en el centro de una amplísima sala y pensó
que allí se estaba reunida gente muy importante, dado que podía oír el roce de las
sedas de los kimonos y el cuchicheo típico del habla aristocrática.
Una voz femenina le indicó entonces:
—Mi Señor le pide que recite —ahora— la historia de los Taira, con
acompañamiento del biwa.
Joichi replicó:
—Le ruego a su Señor me señale qué parte de la historia prefiere que yo
interprete en esta oportunidad. El recital entero me llevaría varias noches. Como
el Señor sabrá, la historia es muy larga...
La mujer informó:
—Recite el fragmento de la batalla de Dan-No-Ura.
Entonces, el ciego cantó el fragmento que le habían solicitado.
Lo hizo maravillosamente. Su bella voz se elevaba clara y profunda.
Imitaba a la perfección el rugido de las olas, el desplazamiento de los barcos, los
gritos y lamentos de los guerreros, el sonido de las flechas y del entrechocar de
los escudos.
Durante los breves intervalos, Joichi escuchaba —halagadísimo— los
comentarios que su interpretación merecía en los presentes:
—¡Es un artista brillante! ¡No existe otro igual en todo el imperio!
Cuando —por fin— le tocó el turno de referir la muerte de las mujeres y
de los niños y la del pequeño principito protegido por los Taira —ahogado
también en el mar en brazos de su nodriza— toda la audiencia dejó escapar un
prolongado e impresionante gemido de angustia y empezó a sollozar.
Durante algunos instantes, continuaron los sollozos tras haber escuchado
la terrible suerte corrida por los Taira. Fueron apagándose muy lentamente.
Entonces, Joichi volvió a escuchar la voz femenina que ya conocía,
diciéndole:
—Mi Señor se complace en comunicarle que le dará una valiosa
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