Page 60 - Socorro_12_cuentos_para_caerse_de_miedo
P. 60

Joichi  aún  seguía  sentado  en  la  terraza,  inmóvil  y  con  la  sangre  que  le
                  empapaba los hombros, cuando el sacerdote regresó al templo, dirigiéndose —

                  con rapidez— hacia el cuarto del muchacho.
                         Cuando  lo  alumbró  con  su  linterna,  el  viejo  religioso  creyó  que  iba  a
                  desmayarse: ¿Cómo era posible? ¿Joichi tan malherido?
                         Enseguida, estuvo a su lado y pronto se enteró de lo sucedido.
                         Ahí  fue  cuando  el  anciano  se  puso  a  sollozar  a  la  par  del  pobre  ciego,
                  mientras le decía:
                         —¡Qué mala suerte, mi querido amigo! ¡Y todo por mi culpa! No debías
                  de sufrir el más mínimo daño pero... Te cuento... No controlé la escritura de mi
                  ayudante cuando tuve que salir... Confié demasiado en él... Y —seguramente—
                  olvidó pintarte los signos sagrados sobre las orejas... ¡Es mi culpa! ¡Jamás podré
                  perdonármelo! Pobrecito, mi amigo... Eras invisible a los muertos... salvo por tus
                  orejas.
                         Joichi comprendió —entonces— lo que había pasado y fue él quien —a
                  pesar de su dolencia— empezó a consolar al sacerdote:
                         —Lo importante es que el pelero terminó, que ya nunca más me buscarán
                  los muertos... ¿No es verdad?
                         —No.  Nunca  más,  Joichi;  nunca  más.  Y  me  reconforta  que  encares  así
                  esta desgracia. Tus heridas serán curadas y el riesgo mortal ya no existe. ¿Te das
                  cuenta del valor de las palabras sagradas, a las que dedico mi existencia?
                         Poco tiempo después, Joichi estaba físicamente recuperado.
                         Sus lastimaduras cicatrizaron.
                         Con la ayuda del sacerdote logró superar sus pesares y —poco a poco—
                  volvió a tocar el biwa y a cantar con toda confianza, sin temor de convocar a los
                  muertos.
                         Pero  lo  que  no  imaginaba  era  que  la  tenebrosa  aventura  que  lo  había
                  tenido como protagonista iba a difundirse por todo el Japón.
                         La otra cara de la desgracia, la otra cara "de la moneda" —como solemos
                  decir— Pronto fue el artista más famoso y apreciado. Muchos nobles viajaban —
                  especialmente— a Akamagaseki para disfrutar de su talento y así fue como —en
                  poco tiempo— se convirtió en un hombre rico.
                         Sin  embargo,  jamás  abandonó  su  vivienda  en  el  templo  Amidayi  y
                  contribuyó  —con  sus  fabulosas  ganancias—  a  auspiciar  cientos  de  servicios
                  religiosos en memoria de los Taira y por la paz eterna de sus almas.
                         Y  cuentan  que  las  buenas  intenciones  del  muchacho  dieron  su  fruto
                  porque  nunca  más  —a  partir  de  aquel  episodio  de  las  orejas—  volvieron  a
                  perturbar a los vivos.
                         Al  fin  descansaban  en  paz.  Joichi  los  amaba  y  mantenía  vigente  su
                  recuerdo con sus maravillosas interpretaciones.
                         Y así llegamos al fin de la fantástica historia de Joichi, quien —desde la
                  época de su accidente— comenzó a ser conocido como "Joichi, el desorejado".









                                                           60
   55   56   57   58   59   60   61   62   63   64   65