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Joichi aún seguía sentado en la terraza, inmóvil y con la sangre que le
empapaba los hombros, cuando el sacerdote regresó al templo, dirigiéndose —
con rapidez— hacia el cuarto del muchacho.
Cuando lo alumbró con su linterna, el viejo religioso creyó que iba a
desmayarse: ¿Cómo era posible? ¿Joichi tan malherido?
Enseguida, estuvo a su lado y pronto se enteró de lo sucedido.
Ahí fue cuando el anciano se puso a sollozar a la par del pobre ciego,
mientras le decía:
—¡Qué mala suerte, mi querido amigo! ¡Y todo por mi culpa! No debías
de sufrir el más mínimo daño pero... Te cuento... No controlé la escritura de mi
ayudante cuando tuve que salir... Confié demasiado en él... Y —seguramente—
olvidó pintarte los signos sagrados sobre las orejas... ¡Es mi culpa! ¡Jamás podré
perdonármelo! Pobrecito, mi amigo... Eras invisible a los muertos... salvo por tus
orejas.
Joichi comprendió —entonces— lo que había pasado y fue él quien —a
pesar de su dolencia— empezó a consolar al sacerdote:
—Lo importante es que el pelero terminó, que ya nunca más me buscarán
los muertos... ¿No es verdad?
—No. Nunca más, Joichi; nunca más. Y me reconforta que encares así
esta desgracia. Tus heridas serán curadas y el riesgo mortal ya no existe. ¿Te das
cuenta del valor de las palabras sagradas, a las que dedico mi existencia?
Poco tiempo después, Joichi estaba físicamente recuperado.
Sus lastimaduras cicatrizaron.
Con la ayuda del sacerdote logró superar sus pesares y —poco a poco—
volvió a tocar el biwa y a cantar con toda confianza, sin temor de convocar a los
muertos.
Pero lo que no imaginaba era que la tenebrosa aventura que lo había
tenido como protagonista iba a difundirse por todo el Japón.
La otra cara de la desgracia, la otra cara "de la moneda" —como solemos
decir— Pronto fue el artista más famoso y apreciado. Muchos nobles viajaban —
especialmente— a Akamagaseki para disfrutar de su talento y así fue como —en
poco tiempo— se convirtió en un hombre rico.
Sin embargo, jamás abandonó su vivienda en el templo Amidayi y
contribuyó —con sus fabulosas ganancias— a auspiciar cientos de servicios
religiosos en memoria de los Taira y por la paz eterna de sus almas.
Y cuentan que las buenas intenciones del muchacho dieron su fruto
porque nunca más —a partir de aquel episodio de las orejas— volvieron a
perturbar a los vivos.
Al fin descansaban en paz. Joichi los amaba y mantenía vigente su
recuerdo con sus maravillosas interpretaciones.
Y así llegamos al fin de la fantástica historia de Joichi, quien —desde la
época de su accidente— comenzó a ser conocido como "Joichi, el desorejado".
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