Page 39 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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                                             El peligro acecha




























                       Las   complicaciones   empezaron   al   segundo   día   del   nacimiento.
                  Zorbas tuvo que actuar drásticamente para evitar que el amigo de la
                  familia lo descubriera. Apenas oyó abrir la puerta, volcó una maceta
                  vacía sobre el pollito y se sentó encima. Por fortuna el humano no
                  salió al balcón y desde la cocina no oía los graznidos de protesta.
                       El amigo, como siempre, limpió la caja, cambió la gravilla, abrió
                  una lata de comida y, antes de marcharse, se asomó a la puerta del
                  balcón.
                       —Espero que no estés enfermo, Zorbas. Es la primera vez que no
                  corres   en   cuanto   te   abro   una   lata.   ¿Qué   haces   sentado   en   esa
                  maceta?   Cualquiera   diría   que   estás   ocultando   algo.   Bueno,   hasta
                  mañana, gato loco.
                       ¿Y si se le hubiera ocurrido mirar debajo de la maceta? De sólo
                  pensarlo se le aflojó el vientre y tuvo que correr hasta la caja.
                       Allí estaba, con el rabo muy levantado, sintiendo un gran alivio y
                  pensando en las palabras del humano.
                       «Gato loco.» Así lo había llamado. «Gato loco.»
                       Tal vez tuviera razón, porque lo más práctico hubiera sido dejarle
                  ver el pollito. El amigo habría pensado entonces que sus intenciones
                  eran   comérselo   y   se   lo   habría   llevado   para   cuidarlo   hasta   que
                  creciera. Pero él lo había ocultado bajo una maceta. ¿Era un gato
                  loco?
                       No. De ninguna manera. Zorbas seguía rigurosamente el código
                  de honor de los gatos de puerto. Había prometido a la agonizante
                  gaviota que enseñaría a volar al pollito, y lo haría. No sabía cómo,
                  pero lo haría.
                       Zorbas   tapaba   concienzudamente   sus   excrementos   cuando   los
                  graznidos alarmados del pollito lo hicieron volver al balcón.
                       Lo que vio allí le heló la sangre.
                       Los   dos   gatos   facinerosos   estaban   echados   frente   al   pollito,
                  movían los rabos excitados y uno de ellos lo sujetaba con una zarpa



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