Page 34 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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Gato empollando
Muchos días pasó el gato grande, negro y gordo echado junto al
huevo, protegiéndolo, acercándolo con toda la suavidad de sus patas
peludas cada vez que un movimiento involuntario de su cuerpo lo
alejaba un par de centímetros. Fueron largos e incómodos días que a
veces se le antojaron totalmente inútiles, pues se veía cuidando a un
objeto sin vida, a una especie de frágil piedra, aunque fuera blanca y
con pintitas azules.
En alguna ocasión, acalambrado por la falta de movimientos, ya
que, según las órdenes de Colonello, sólo abandonaba el huevo para
ir a comer y visitar la caja en la que hacía sus necesidades, sintió la
tentación de comprobar si dentro de aquella bolita de calcio
efectivamente crecía un polluelo de gaviota. Entonces acercó una
oreja al huevo, luego la otra, pero no consiguió oír nada. Tampoco
tuvo suerte cuando intentó ver el interior del huevo poniéndolo a
contraluz. La cáscara blanca con pintitas azules era gruesa y no
dejaba traslucir absolutamente nada.
Colonello, Secretario y Sabelotodo lo visitaban cada noche, y
examinaban el huevo para comprobar si se daba lo que Colonello
llamaba «progresos esperados», pero en cuanto veían que el huevo
continuaba igual que el primer día, cambiaban de conversación.
Sabelotodo no dejaba de lamentarse de que en su enciclopedia no
se indicara la duración exacta de la incubación: el dato más preciso
que consiguió sacar de sus gruesos libros fue el de que ésta podía
durar entre diecisiete y treinta días, según las características de la
especie a la que perteneciera la gaviota madre.
Empollar no había sido fácil para el gato grande, negro y gordo.
No podía olvidar la mañana en que el amigo de la familia encargado
de cuidarlo consideró que en el piso se juntaba demasiado polvo y
decidió pasar la aspiradora.
Cada mañana, durante las visitas del amigo, Zorbas había
ocultado el huevo entre unas macetas del balcón, para poder así
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