Page 36 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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                                          No es fácil ser mami




























                       —¡Mami! ¡Mami! —volvió a graznar el pollito ya fuera del huevo.
                  Era blanco como la leche, y unas plumas delgadas, ralas y cortas le
                  cubrían a medias el cuerpo. Intentó dar unos pasos y se desplomó
                  junto a la panza de Zorbas.
                       —¡Mami! ¡Tengo hambre! —graznó picoteándole la piel.
                       ¿Qué le daría de comer? Sabelotodo no había maullado nada al
                  respecto. Sabía que las gaviotas se alimentaban de pescado, pero ¿de
                  dónde sacaba él un pedazo de pescado? Zorbas corrió a la cocina y
                  regresó haciendo rodar una manzana.
                       El pollito se incorporó sobre sus tambaleantes patas y se precipitó
                  sobre la fruta. El piquito amarillo tocó la cáscara, se dobló como si
                  fuera de goma y, al  enderezarse  nuevamente,  catapultó al pollito
                  hacia atrás, haciéndolo caer.
                       —¡Tengo hambre! —graznó colérico—. ¡Mami! ¡Tengo hambre!
                       Zorbas intentó que picoteara una papa, algunas de sus galletas —
                  ¡con   la   familia   de   vacaciones   no   había   mucho   que   elegir!—,
                  lamentando haber vaciado su plato de comida antes del nacimiento
                  del pollito. Todo fue en vano. El piquito era muy blando y se doblaba
                  al contacto con la papa. Entonces, en medio de la desesperación,
                  recordó que el pollito era un pájaro, y que los pájaros comen insectos.
                       Salió   al   balcón   y   esperó   pacientemente   a   que   una   mosca   se
                  pusiera  al alcance   de sus  zarpas.  No  tardó  en  cazar  una  y  se  la
                  entregó al hambriento.
                       El pollito cogió la mosca con el pico, la apretó y, cerrando los ojos,
                  la tragó.
                       —¡Rica   comida!   ¡Quiero   más,   mami,   quiero   más!   —graznó
                  entusiasmado.
                       Zorbas saltaba de un extremo a otro del balcón. Tenía reunidas
                  cinco moscas y una araña cuando desde el tejado de la casa de
                  enfrente le llegaron las voces conocidas de los dos gatos facinerosos
                  a los que se había enfrentado hacía ya varios días.



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