Page 35 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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dedicarle unos minutos a aquel buen tipo que le cambiaba la gravilla
de la caja y le abría latas de comida. Le maullaba agradecido,
restregaba el cuerpo contra sus piernas, y el humano se marchaba
repitiendo que era un gato muy simpático. Pero aquella mañana,
después de verlo pasar la aspiradora por la sala y los dormitorios, le
oyó decir:
—Y ahora el balcón. Entre las macetas es donde más basura se
junta.
Al oír el estallido de un frutero rompiéndose en mil pedazos, el
amigo corrió hasta la cocina y desde la puerta gritó:
—¡¿Te has vuelto loco, Zorbas?! ¡Mira lo que has hecho! Sal ahora
mismo de aquí, gato idiota. Sólo faltaría que te clavaras una astilla de
vidrio en las patas.
¡Qué insulto tan inmerecido! Zorbas salió de la cocina simulando
una gran vergüenza, con el rabo entre las patas, y trotó hasta el
balcón.
No fue fácil hacer rodar el huevo hasta debajo de una cama, pero
lo consiguió, y allí esperó a que el humano terminara la limpieza y se
marchara.
Al atardecer del día número veinte Zorbas dormitaba, y por eso
no percibió que el huevo se movía, lentamente, pero se movía, como
si quisiera echarse a rodar por el piso.
Lo despertó un cosquilleo en el vientre. Abrió los ojos, y no pudo
evitar dar un salto al ver que, por una grieta del huevo, aparecía y
desaparecía una puntita amarilla.
Zorbas cogió el huevo entre las patas delanteras y así vio cómo el
pollito picoteaba hasta abrir un agujero por el que asomó la diminuta
cabeza blanca y húmeda.
—¡Mami! —graznó el pollito de gaviota.
Zorbas no supo qué responder. Sabía que el color de su piel era
negro, pero creyó que la emoción y el bochorno lo transformaban en
un gato color lila.
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