Page 98 - El club de los que sobran
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Capítulo 20
Cuando las luces de las linternas desparecen y los malos cierran la puerta de la bodega,
Pablo se pone de pie. Se mantiene en silencio unos segundos y piensa… ¿Piensa? Ya no
sé. Es mi hermano, lo quiero —también lo odio— y aunque me dé rabia, he decidido
hacerle caso en todo. De ahora en adelante, él es el líder.
Así que cuando decide salir al patio trasero, lo sigo. Chupete se nos une a duras penas,
y como soy bueno, no menciono el hecho de que su pantalón está pasado a orina. Sí, pipí.
Cuando creía que lo había dejado para siempre…
Salimos por la puerta de atrás y corremos hacia la muralla. Como por arte de magia, la
saltamos sin problema. Es la adrenalina. Cuando nuestros pies tocan la calle Tegualda, un
sacudón de seguridad me recorre el cuerpo. Pero Pablo se encarga de traerme al planeta
Tierra de inmediato.
—Váyanse a la casa. Esto se puso muy peludo —advierte.
—Ya estamos en la calle, no nos pueden hacer nada —dice Chupete, casi como
preguntado.
—Gil, por algo secuestraron al Chuña. Esta gente es mala.
—¿Y qué se supone que debemos hacer en la casa? ¿Soñar con los angelitos? —
pregunto.
—¿Llamar a los pacos? —dice Chupete.
Pablo duda. Después de mucho tiempo —años, diría yo— no tiene la menor idea de
qué hacer. Mi hermano no piensa mucho, pero sabe actuar. Así que gira y camina hacia la
entrada principal de la casona, decidido y dispuesto a dar la vida por su princesa.
Con Chupete, paralizados, vemos cómo Pablo se pierde al dar la vuelta en la esquina.
¿Qué hacer ahora?
—Vamos a mi casa —propone Chupete.
—¿Qué vamos a hacer?
—No tengo idea, pero prefiero salir de esta, Gabriel.
No digo nada. Tal vez tiene razón. Mi fiel amigo tiene todas las de ganar. Pero si
quieren que les sea franco, al menos esta vez, no me importa perder. No voy a dejar que
mi hermano Pablo se salga con la suya. Voy tras él.
¿Me hago el valiente por la Dominga o por el Chuña? ¿O tal vez solo porque ya era
hora de serlo? No tengo respuesta. Escucho que Chupete me dice algo a lo lejos, pero no
miro hacia atrás. Sé que me está dando una explicación absolutamente normal del porqué
no se une a mí. No te preocupes, fiera, tú sigue en lo tuyo, que yo…
Al dar la vuelta veo a Pablo. Se sorprende al verme, pero no dice nada. Frente a él, una
puerta metálica y un citófono. Y sobre nuestras cabezas, una cámara de vigilancia. Nos
miran en todo el mundo, sonrían, pensé.
Sin dudarlo ni un momento, toco el citófono. Pablo me golpea la mano, pero ya es
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