Page 101 - El club de los que sobran
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Capítulo 21
Caminamos en silencio hasta Malaquías Concha. La Dominga le agarra la mano a
Pablo. Ya no me importa; después de todo, al que golpearon fue a él. Yo sigo intacto. Me
espera una cama y un tremendo reto. En una de esas me mandan a duchar en plena noche
y con agua fría. Pero más allá de eso… ¿qué? Nada, comparado con lo que puede estar
sufriendo el Chuña. Lo sabemos pero no lo decimos en voz alta. Somos zombis. Alguien
que conocemos puede estar muriendo en estos momentos. Nos hemos enfrentado a un
monstruo de carne y hueso. Pienso: para qué buscar dragones, brujos malignos, hombres
lobo o marcianos, si los verdaderos malos están entre nosotros.
—¿Qué va a pasar ahora, Pablo? —pregunto.
Levanta los hombros.
—Yo creo que nos van a mandar a Pueblo Seco —digo—. La mamá debe estar
histérica.
—Yo no me voy a mover de acá, Gabriel —dice serio. Acto seguido, mira a la
Dominga, que asiente.
—¿Y qué van a hacer? ¿Van a vivir en esa casa okupa?
La Dominga se ríe. Junto a Pablo hacen como que soy un cabro chico que no entiende
nada y siguen caminando. Entonces me detengo. Ellos siguen bajando, y solo a mitad de
la cuadra se dan cuenta de que no voy a su lado. Pablo gira y grita:
—¿Qué haces ahí parado? ¿Quieres que la mamá te mate?
—¿Sabes qué, Pablo?
—¿Qué?
—Váyanse a la cresta. Tú y la Dominga.
Por fin, lo tenía atragantado hace tanto tiempo, que ya era hora. Una confesión: ¡qué
bien se siente! Desahogarse, ser libre, poder decir directamente las cosas en la cara. Me
siento como nuevo, como si hubiera cumplido la mayoría de edad de un paraguazo. La
adrenalina me recorre el cuerpo y comprendo que debo correr. Huir. Virarse de una buena
vez. Miro Irarrázaval a lo lejos. No sé por qué, pero me dan ganas de llegar hasta el
Estadio Nacional. Tengo un breve chispazo de una ida con mi papá a ver a la U. Jugaba
Montillo. Los dos nos reímos, lo pasamos increíble, hablamos de cosas sin importancia,
pero hablamos.
Quién sabe. Tal vez los fantasmas juegan pichangas en la noche. Me gustaría verlos.
También me gustaría oír roncar a los vagos de todas las plazas de Santiago, subirme a los
árboles, relatar finales en el Maracaná, ser Alexis Sánchez en todos los pastos antes de
que los jardineros te echen.
Sigo corriendo. Me siento bien y por unos segundos me olvido del Chuña. No te
mueras, socio, es lo único que puedo desearle. Yo ya no puedo hacer más. Escucho pasos
que me siguen, deben ser los de la Dominga. Lo siento, bonita, pero hoy no puedes
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