Page 84 - El club de los que sobran
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representar su papel favorito: el «Rey de Bustamante».
Se dirigieron hacia nosotros y nos pusimos de pie. La Dominga se me tiró a los brazos
y me dio un beso… en la mejilla. Y otro a Chupete. En fin, nada es perfecto.
Se le notaba acelerada y de buen humor.
—Tenemos novedades —dijo.
—Nosotros también —respondí con una sonrisa.
—Bárbaro. Escuchen, ya sabemos quién es el hermano del Chuña.
—Y nosotros sabemos para qué lo necesitan.
Pude ver por su cara que no se esperaba una respuesta tan matadora. Pablo se acercó a
mí y susurró:
—¿Dónde estuviste metido, péndex?
—En la casa de Chupete —le respondí.
—¿Y hablaste con el tío Rodolfo?
—No. Eso queríamos, pero entonces llegó la mamá con la tía Rosa y nos tuvimos que
esconder…
—Y escuchamos unas cosas terribles de la vida de las mujeres a cierta edad —agregó
Chupete.
—Pero eso no es importante —dijo la Dominga—. Lo importante es que, según
averiguamos, el hermano del Chuña se llama Ricardo Pérez, y vive en Perú hace más de
veinte años.
—¿Y qué hace acá? —preguntó Chupete.
—Fácil. Ha venido a venderle el terreno de su padre al supermercado Eco —dije.
Se produjo un silencio aterrador. Los autos dejaron de pasar y las tablas se detuvieron
en medio del aire. Todos los nollie del mundo quedaron suspendidos, y Tony Hawks
lanzó un grito desde su casa.
Y para más remate, la Dominga le tomó la mano a mi hermano. Los dos se acercaron
hacia mí.
—¿Cómo sabes eso? —me preguntó Pablo.
—Lo escuchamos en la casa de Chupete. El supermercado Eco le hizo tremendos
regalos a la junta de vecinos. Y no hablo de chapitas o calcomanías. Hablo de plasmas,
cosas grandes. Ellos ya han comprado casi todas las casas… claro que les falta una.
—La casa del Chuña —concluyó Pablo.
Sin darnos cuenta, la noche se había tragado al día. Una suave brisa nos recordó que
aún estábamos en polera, y que si queríamos seguir adelante, tal vez teníamos que pasar
por nuestras casas. Pero he ahí el problema: ya no teníamos casa. Estábamos solos. Así de
simple. Tres tipos raros y una niña que nos había robado el corazón. Los que sobran,
pensé. Los únicos que han descubierto un nido de serpientes. El barrio, nuestros papás; la
gente en general. ¿En qué momento se habían ido todos al carajo?
—Tal vez es mejor olvidar esto —dijo Chupete.
Nadie le respondió. Miré a Chupete sorprendido. ¿De verdad lo estaba pensando?
—No. No lo vamos a hacer. Tenemos que encontrar al Chuña —dije con fuerza.
Y la Dominga asintió, luego Pablo le dio un cachuchazo a Chupete por siquiera
pensarlo, y yo sonreí. Teníamos que movernos, entrar en acción. Jugarnos las últimas
fuerzas, ir al ataque contra Brasil en un Mundial, apostar a ganador aunque supiéramos
que los dados estaban tan arreglados como el «Pepito paga doble» del Paseo Ahumada.
—¿Sabes dónde podemos encontrar al hermano del Chuña? —pregunté.
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