Page 76 - El club de los que sobran
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—Está en pie. Es grande. Inmensa. Llega casi hasta la otra cuadra. Deben ser al menos
          mil metros.
             —¿Y cuál es el problema entonces? —preguntó Chupete.
             —Que el resto de las construcciones están quemadas…
             Miré hacia abajo y vi sus caras. No sabían qué decir.
             Pero para mí todo era claro. Estábamos frente al terreno que habíamos visto desde la
          azotea  del  colegio  de  la  Dominga,  cuando  se  nos  ocurrió  formar  este  grupo,  club,
          agrupación o como quieran llamarlo.
             Todas  las  casas  estaban  hechas  cenizas.  Excepto  una:  la  de  Juan  Agustín  Pérez.  El
          hombre que era igual al Chuña. Su padre.
             ¿O no?
             Tuve ganas de quedarme a vivir arriba del árbol. En una de esas, me hubiera ahorrado
          varios problemas.
             Pero bajé. Bajé, y a partir de ese momento, los cuatro entendimos que algo muy raro
          estaba pasando frente a nuestras narices.
































































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