Page 78 - El club de los que sobran
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Capítulo 16











          No hubo mucho que discutir. Teníamos las cosas más claras. Una manzana entera de

          nuestro  barrio  había  sido  quemada,  a  excepción  de  la  casa  en  donde  nuestro  querido
          Chuña se había criado. A eso había que sumarle que el heredero fue dado por muerto, y
          que luego, como por arte de magia, fue divisado vivo en plena avenida Bustamante.
             Mientras caminábamos hacia Santa Isabel, nos repartimos las misiones. La Dominga
          dijo que necesitábamos dos cosas urgentes:
             1. Conocer la historia de la familia de Juan Agustín Pérez.
             2. Descubrir quién estaba detrás de la quema de las casas del sector.
             Dado  que  la  Dominga  ya  había  tenido  éxito  a  la  hora  de  coquetear  y  engatusar  a
          servidores públicos, ella propuso ir directo al Registro Civil. Pablo, celoso como perro, le
          advirtió que no iría sola.
             Yo entendí en el acto en qué grupo quedaba.
             Nos separamos con la promesa de juntarnos en la pista de skate a las 8 de la noche, en
          unas cinco horas más.
             Debíamos encontrar la verdad en un barrio acostumbrado a los secretos. Y para eso,
          solo se nos ocurría un nombre: el tío Rodolfo.
             Minutos más tarde, antes de entrar a su casa, Chupete tragó saliva y me miró.
             —No lo sé —dije en el acto.
             —Oye, todavía no te hago la pregunta —me advirtió.
             —Es fácil. Quieres saber si lo que estamos haciendo está bien. Bueno, la respuesta es
          simple: no lo sé.
             Abrió la reja y entramos.
             De inmediato nos dimos cuenta de que en la casa no había nadie. Nuestra intención era
          tomar al tío Rodolfo y exprimirlo al máximo. Eran demasiadas preguntas que necesitaban
          una respuesta: ¿quién era en realidad Juan Agustín Pérez? ¿Y sus hijos? ¿Era cierto que la
          muerte de su esposa había cambiado todo? ¿Podía un joven enloquecer si es que su madre
          se iba para siempre?
             —¿Qué hacemos? —me preguntó Chupete al ver la ausencia de su padre.
             —La fotografía —dije—. Hay que investigarla a fondo.
             Corrimos al escritorio del tío Rodolfo y abrimos la puerta. La fotografía permanecía en
          la mesa de trabajo, aún con el marco sucio y el vidrio roto. Sin embargo, ahora teníamos
          más tiempo para analizarla. Tras un minuto, llegué a la siguiente conclusión: el parecido
          era impresionante. Era como si el Chuña hubiera retrocedido en los años y hubiera posado
          frente a la compañía de bomberos. Y como comandante, más encima.
             Chupete se puso a mi lado y también la miró. Luego dijo:
             —Hay algo raro.
             —¿Algo? Yo diría que miles de cosas, Chupetín.


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