Page 72 - El club de los que sobran
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Capítulo 15










          1. El más insoportable del grupo dijo: «Es una tontera. ¿Me van a decir que recién ahora
             el  papá  de  Chupete  viene  a  hacer  el  nexo  entre  el  comandante  de  bomberos  y  el
             Chuña?».
          2. El más inocente del grupo respondió: «¿Sabes cuántos Pérez hay en Chile? Además, mi
             papá es un tipo distraído y al menos yo nunca le había hablado del Chuña. O en una de
             esas es el trago…».
          3.  La  más  bonita  del  grupo  añadió:  «Mirá,  Pablo,  dejate  de  hinchar  y  apoya,  ¿podés?
             Además, sea lo que sea, nos vamos a sacar las dudas ahora».
          4. Y yo pensé: «Para variar, la Dominga tiene razón. ¿Puede decirme alguien qué hace
             con el pelmazo de mi hermano?».
             Sin que nadie me respondiera, llegamos al frontis del cuartel de la Segunda Compañía
          de  Bomberos  de  Ñuñoa,  en  pleno  Antonio  Varas.  Hacía  calor  y  los  pies  me  sudaban.
          Estábamos lejos de nuestro territorio habitual, y lo peor, a ninguno de los cuatro se nos
          ocurría qué hacer para obtener información.
             —Digamos que somos escolares —dijo Chupete.
             —Estamos en verano, tarado —respondió Pablo.
             —En una de esas decimos que queremos ser bomberos —propuse.
             —¿Tú? ¿Con esos brazos? Olvídalo —dijo mi querido hermano.
             Tuve  ganas  de  que  sintiera  la  fuerza  de  mi  puntete  clavándose  en  ustedes  ya  saben
          dónde, pero entonces algo me detuvo: los tres hombres del grupo vimos agacharse a la
          Dominga.  De  su  mochila  sacó  una  polerita  muy  corta.  Mediante  unos  extraños
          movimientos pélvicos, se sacó su camiseta rayada de manga larga y la reemplazó por esa
          pequeña y angosta tela que dejó ver su lindo ombligo, desde donde colgaba un coqueto
          piercing.
             Definitivo, pensé: ya dejé de ser niño.
             Pablo  la  miró  sin  entender  nada.  Ella  buscó  una  tijera  en  el  bolsillo  pequeño  de  la
          mochila y sin preguntarle a nadie, comenzó a cortarse los jeans hasta bien arriba de la
          rodilla.
             —Listo —dijo finalmente, convertida en una diosa sexy, onda Alice, combatiente de
          Resident Evil.
             —¿Qué estás haciendo? —preguntó con cara de pavo mi hermano Pablo.
             —Vos esperá acá. Vuelvo en veinte…
             Y sin más, nos dejó. Solos, tristes y pendejos. La vimos entrar al cuartel de bomberos y
          luego subir las escaleras. Tocó una puerta y, simplemente, despareció como un fantasma.
             —La perdimos —dije.
             —Cállate —ordenó Pablo.
             Y me callé. Por al menos veinte minutos, no dije una palabra. Hasta que me aburrí, y
          entonces…


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