Page 68 - El club de los que sobran
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—Otra vez con el mismo tema, cabros. No saben los problemas que me trajo.
Se produjo un silencio. Miré a Chupete. Este miró a su papá.
—¿Por eso peleaste con la mamá la otra noche?
Otra vez el silencio llenó el lugar. El tío Rodolfo nos quedó mirando, y tras largos
segundos, sonrió.
—¿Y? —preguntó Chupete.
—Algo sé de ese hombre —respondió el tío Rodolfo.
—Entonces háblanos de él —ordenó su hijo.
—Con una condición: que tu mamá no lo sepa.
—Prometido —dijo Chupete.
—Muy bien, vamos a hablar —el tío Rodolfo nos sonrió y luego añadió—: Pero
antes… ¿quién quiere un vermut?
* * *
—En resumen… no sabes mucho, papá.
Chupete nos miró con cara compungida. De pie junto a Pablo observamos a la
Dominga, la única que había hecho todas las preguntas. Además era la que estaba sentada
junto a nuestro testigo principal. Pero luego ella guardó silencio. El tío Rodolfo se puso
de pie y caminó hasta la cocina. Me pregunté cuántos tragos de color verde podía un
hombre tomar en un día. En el caso del tío Rodolfo, ya iba en el cuarto.
—Espere —ordenó la Dominga.
Y como cuando uno juega a las naciones y dice «stop», todos nos quedamos
petrificados. Lo del tío Rodolfo fue lo más raro. Con la copa en la mano, parado y en
medio del living más horrible que he visto en mi vida, era como un elefante en medio de
una cristalería.
—Por favor, vuelva a sentarse —le pidió la Dominga.
—¿No puedo ir a buscar algo para tomar? —preguntó el tío Rodolfo.
—No —respondió ella.
Increíblemente, el hombre le hizo caso. La Dominga, llevada por el vuelo del detective,
se le acercó y preguntó:
—Usted nos dijo que el Chuña apareció en el barrio hace mucho tiempo, casi veinte
años.
—En efecto —respondió el tío Rodolfo.
—Y que siempre fue un hombre que vivió en la calle.
—Un vago —dijo el tío Rodolfo.
—Eso quiere decir que el Chuña estuvo acá desde hace mucho tiempo y, por ende, era
un hombre mayor.
—¿Me está diciendo viejo, mijita?
—No, por supuesto que no. Lo que estoy tratando de entender es cómo usted sabía que
el Chuña se llamaba en realidad Jaime Pérez.
—Ya se lo dije: no me acuerdo. Estaba… simplemente estaba ahí. Todos los grandes lo
conocíamos. Era como parte de nuestro barrio, y alguien una vez dijo que se llamaba así y
todos… no sé.
—Haz un intento, papá —pidió Chupete. El tío Rodolfo lo miró largo rato, pero negó
con la cabeza.
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