Page 66 - El club de los que sobran
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Capítulo 14











          Volví al barrio con miedo. Sabía que mi cabeza tenía precio.

             Lo primero que hice fue mandar a Pablo a mi casa para ver si la mujer que alguna vez
          osé llamar mamá, nos esperaba con un cuchillo afilado en la mano.
             Junto con la Dominga y Chupete esperamos en la intersección de Mujica con Santo
          Toribio. A los cinco minutos, mi hermano volvió corriendo y nos informó:
             —Se fue. Dejó una nota. Quiere que la llames. Dice que ya no eres su hijo y que es
          mejor que duermas en la plaza.
             —Muy chistoso —dije.
             —Gracias —respondió sonriente.
             —Vamos —ordenó Chupete.
             Caminó  raudo.  Los  tres  restantes  nos  miramos  como  preguntándonos:  «¿Y  desde
          cuándo  este  tipo  nos  manda?».  Ninguno  se  detuvo  a  responder.  La  Dominga  fue  la
          primera en seguir a nuestro calvo guía y, por supuesto, Pablo y yo no la quisimos dejar
          sola.
             Tres cuadras después, ahí estábamos, los cuatro perdedores del barrio frente a la casa
          de Chupete. Agazapados tras un Daihatsu del año 87, mirábamos el panorama.
             —No podemos entrar si está tu mamá, Chupete —dije.
             —Eso ya lo sé.
             —A lo mejor anda con la nuestra en la comisaría, denunciando tu rapto —dijo Pablo.
             —¿Podés dejar de hinchar a tu hermano? —preguntó la Dominga, enojada. Yo la miré
          y  le  guiñé  un  ojo.  Telepáticamente  dije:  «Tranquila,  nena,  yo  sé  lidiar  con  este
          troglodita».
             —Voy a entrar —informó Chupete—. Pero si no vuelvo en cinco minutos, tienen que
          ir por mí.
             —Oye, yo no voy a entrar a ninguna casa, y menos por un pelado raro como tú —
          informó Pablo.
             Chupete  me  miró,  suplicando  ayuda.  Yo  levanté  los  hombros  y  traté  de  calmar  la
          situación.
             —¿Qué onda? ¿Crees que te van a secuestrar o algo así?
             —Esto es todo por tu culpa —me advirtió mi amigo.
             —¿Qué?
             —En la mañana llegó la Dominga y me convenció de ir a rescatarte. Lo más posible es
          que tu mamá haya ido donde mi mamá y le haya llenado la cabeza con quizás qué cosas.
          Así que si entro y veo a una de nuestras…
             —¡Miren!  —interrumpió  la  Dominga.  De  inmediato  todos  dirigimos  nuestros  ojos
          hacia la casa y vimos salir a la tía Rosa. Me percaté de dos cosas:
             1. Iba demasiado arreglada como para ir en busca de su hijo… o del amigo perdido de


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