Page 55 - El club de los que sobran
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Capítulo 12











          Volví a mi casa a eso de las 11 de la noche, luego de dejar la carta por debajo de la

          puerta  del  departamento  de  la  Dominga.  Mi  mamá  veía  tele  en  su  pieza.  No  quise
          molestarla. En la mesa de la cocina vi el boleto de bus que al otro día me llevaría a un
          terminal cercano a Pueblo Seco, donde mis abuelos me esperarían. Era la primera vez que
          saldría fuera de Santiago solo. Trece años, pensé. La edad en donde pasan cosas.
             Pablo estaba en su pieza escuchando música. Acaricié la madera de su puerta, pero no
          quise tocar. ¿Me diría si iba a ver a la Dominga esa noche? No. Desde que descubrí que
          ella tenía una pieza en la casa okupa, comencé a atar cabos sueltos. Estaba claro que no
          era el único que se sentía incómodo en su propio hogar.
             Esa noche no pude dormir. Nervioso, me saqué los algodones de los oídos, esperando
          escuchar  a  Pablo  huir.  En  vez  de  eso,  las  sirenas  volvieron  a  inundar  el  ambiente  del
          barrio. Otra vez soñé con el Chuña. Lo veía en medio de una pila de gente muerta en una
          sala  de  refrigeración  gigante,  y  mi  hermano  no  era  capaz  de  reconocerlo  entre  tanto
          muerto.
             Me desperté sudado. Faltaba poco para las 8. Abrí la ventana y escuché a miles de
          grillos y pájaros decir que Santiago apestaba a quemado. Me puse una polera y salí a la
          calle. Miré al cielo y vi una densa masa de humo sobre el barrio. Agudicé mi oído, pero
          no  escuché  ninguna  sirena.  Maldito  esmog,  pensé.  Pero  luego  me  acordé  de  que  era
          verano. Tuve ganas de ir a ver a Chupete y al tío Rodolfo. ¿Dónde estaban los bomberos?
             —¿Se puede saber desde cuándo sales a la calle en pelota? —preguntó mi mamá.
             Casi me da un infarto. Giré y la vi con el pelo desordenado, su bata azul más vieja que
          la maldad, y el primero de sus tres cafés que consumía todas las mañanas. A este paso
          voy a quedar huérfano antes de ser mayor de edad, pensé.
             —Te hice una pregunta —dijo mi mamá.
             —Nada, es que encontré que había olor a quemado. Eso es todo.
             —Métete a la casa, Gabriel.
             —Ya, pero no te enojes.
             —Mira, me pedí la mañana libre, pero como son en este gobierno me dijeron que voy a
          tener que «cumplirla» este sábado, así que no me vengas con tu «mami, no te enojes».
          Quiero que hoy te duches, te laves el pelo y te cortes esas uñas asquerosas que tienes de
          tanto jugar a la pelota.
             —Fútbol, mamá.
             —Lo que sea. Parecen tontos detrás de la pelotita.
             Se dio vuelta y se fue a preparar el desayuno.
             Mientras tomaba mi leche de chocolate y dos tostadas con mantequilla, ella prendió
          una pequeña televisión que tenemos en la cocina y se puso a ver los artistas invitados al
          Festival de Viña del Mar. La oí balbucear algunos garabatos en voz baja. Pobre mami.


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