Page 53 - El club de los que sobran
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Capítulo 11










             Querida Dominga:
             Si lees esta carta, entonces quiere decir que pasaste la noche en tu departamento. Y
          eso me pone contento. El otro día no tuvimos tiempo de hablar, pero quiero decirte altiro
          que cuando vi que tenías una pieza en un lugar tan raro como esa casa okupa, me dio
          susto. Y pena. Ahora me da vergüenza decirte que me dio susto porque vas a creer que
          soy miedoso. Pues bien, a pesar de lo que dice mi hermano, eso es mentira.
             Tú me conoces. O al menos eso creo. Porque yo sí te conozco. Tu plato favorito es la
          escalopa,  por  ejemplo.  Le  dices  «milanesa».  Te  gusta  comerla  con  papas  fritas,  y  a
          diferencia de casi todo el mundo, le echas pebre a las papas fritas, y para colmo, le dices
          «chimichurri». A mí me gustan esos detalles tuyos. Encuentras que Messi no le llega ni a
          los talones a Maradona. Cuando me lo contaste, yo te hablé pestes de ese tal Maradona,
          porque entre otras cosas, mi papá lo encontraba un quebrado. Y entonces tú me diste una
          trompada. ¿Sabes? Nunca me había pegado una mujer. Y esa tarde en la que me diste ese
          cachuchazo en la cabeza, casi me da un infarto.
             En fin. Creo que esta carta está quedando muy de cabro chico… lo que me lleva a la
          siguiente reflexión: ¿todavía crees que soy un niño?
             Si tu respuesta es sí, entonces sigue leyendo esto.
             A veces siento que estoy viviendo en el cuerpo de otro. Es decir, me gustaba jugar
          fútbol, odiaba oír a mis papás discutir y, por sobre todo, odiaba a mi hermano Pablo.
          Pero todo eso cambió cuando te conocí. Pasaron los días, luego las semanas, y la verdad
          es que cada mañana no pensaba en cuántos goles iba a meter o qué jugada podía sacar
          en la cancha. Pensaba en verte a ti. Pensaba en tu cara, en esas idas al Pollo Gaucho, en
          tus conversaciones sobre el mate y, sobre todo, en tu risa. Me gusta mucho cómo te ríes,
          Dominga. Lo haces fuerte y claro, como en las películas.
             Durante ese tiempo, mi niñez quedó atrás. Me hice grande. Ahora el fútbol no es lo
          único que me interesa y ya no me importan las discusiones de mis papás que, a propósito,
          ya no existen porque mi papá está en algún lugar de La Serena y no da señales de vida.
             Entonces tú te enamoraste de Pablo y él de ti.
             Lo que me lleva a la siguiente pregunta: ¿puedo odiar a alguien que tú amas?
             Respuesta definitiva: no lo sé.
             Él  siempre  ha  sido  más  callado  que  yo.  Según  mi  mamá,  nunca  lloró  de  guagua.
          ¿Puedes creerlo? Una guagua que no llora. Es como de cómic de superhéroe. Pero así es
          Pablo. Aprendió a vivir entre los duros sin dejarse avasallar. (A propósito: me encanta
          esa palabra, «avasallar». La vi en una película donde actuaba una actriz que se llama
          Julia Roberts. A mi mamá le encanta. Y a mí me gusta ver películas con mi mamá).
             Pucha,  ¿ves?  Se  me  va  la  onda…  Ah,  cómo  explicártelo:  Pablo  jamás  vería  una
          película con mi mamá. Prefiere un ataque de apendicitis. No es un tipo para mantener
          encerrado; prefiere estar callado en el parque, sin apuros, sabiendo que todos lo miran,


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