Page 50 - El club de los que sobran
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—Me voy mañana a Pueblo Seco —dije.
             —¿Mañana?
             —Decidí irme antes.
             —¿Por?
             —Cosas de uno —expliqué, creyendo que eso sería suficiente. Pero me equivocaba.
          Era el día de las confesiones, y si Chupete ya había empezado, yo no podía…
             —Oye, no te hagas —me dijo serio y expectante.
             —Okey, okey. Me voy porque no soporto seguir viendo a mi hermano con la Dominga.
          ¿Contento?
             —El único contento es Pablo. Mira qué bombón se está comiendo.
             Le mandé un derechazo directo al hombro, pero solo le saqué una sonrisa.
             —Eres un tarado —afirmé.
             —Ya, perdona, pero no es para tanto. ¿O me vas a decir que alguna vez creíste que tú y
          la Dominga… o sea… ¿qué quieres que te diga, Gabriel?
             —Nada.
             —Bueno. Entonces nada.
             Los  carros  de  la  montaña  rusa  se  asomaron  otra  vez  en  el  horizonte.  Ojalá  pudiera
          tomar uno y viajar lejos de aquí, pensé. Tenía hambre y sed. Me paré, palpé mis bolsillos:
          ninguna  mísera  moneda.  Observé  a  Chupete  de  espalda  en  el  pasto,  mirando  la
          inmensidad  del  cielo,  relajado,  con  el  tiempo  a  su  favor.  Qué  onda  las  vacaciones,
          demasiado tiempo libre termina por molerte la cabeza.
             —Pablo duerme en la misma pieza con la Dominga.
             —¿Y qué esperabas? ¿Que se mandaran caritas vía celular? ¡Es la Dominga, Gabriel!




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