Page 52 - El club de los que sobran
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—Primero dijo su nombre: Jaime Pérez.
             —Ya, ¿y después?
             —Me hizo jurar que me olvidaría de él. Que borraría ese nombre de mi cabeza.
             Una nube se posó en el cielo. Ya serían las dos de la tarde. Había perdido la llamada de
          hora de almuerzo de mi madre. Poco me importaba.
             —¿Por qué me habrá dicho eso? —preguntó Chupete.
             No  tuve  respuesta.  Entonces  pensé:  si  voy  a  huir  de  Santiago  porque  mi  hermano
          mayor me ha humillado en frente de mi mejor amigo y la mujer que —se suponía— iba a
          ser mi compañera de por vida, pues abandonaré la cancha con la frente en alto.
             A paso seguro, me encaminé hacia mi casa. Y Chupete me siguió.
             En menos de veinticinco minutos llegué a la puerta de mi domicilio. Como lo esperaba,
          sentí la música desde la pieza de mi hermano. No me importaba demasiado lo que ocurría
          ahí dentro, así que le di una patada a la puerta y esta se abrió. Tirado en la cama, Pablo
          fumaba un cigarrillo. Levantó su cabeza y me apuntó con la mano. No le di tiempo para
          sus amenazas. Casi le ordené:
             —Tenemos que ir a la morgue a buscar al Chuña.
             —Muy tarde, péndex, ya fui.
             La verdad, yo me quedé como estatua. Todo el ímpetu que traía conmigo se esfumó.
          ¿Qué se supone que era eso? Ahora mi hermano era pitoniso. No supe qué decir. Solo una
          pregunta vaga y estúpida.
             —¿Qué?
             —Fuimos ayer. Dimos su nombre, pero me juraron que no existía.
             —Bueno, eso es porque el Chuña no tenía carnet ni nada.
             —Lo mismo les dije yo.
             —¿Y?
             —Volvimos a la casa okupa. Hay un cabro que es abogado. Él nos ayudó.
             —¿Ayudarte a qué? —preguntó Chupete con voz asustada.
             —A pedir una orden y revisar todos los cuerpos del lugar.
             —¿Me estás diciendo que viste unos cadáveres… sin avisarle a la mamá?
             —Cinco,  para  ser  más  precisos.  Vi  a  cinco  personas  muertas,  Gabriel.  Y  créeme:
          ninguno era el Chuña.

































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