Page 43 - El club de los que sobran
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segundo piso, Pablo abrió la tercera puerta a la izquierda y vi cuadros de paisajes medios
          extraterrestres y fotos de Argentina. Habíamos ido por la Dominga. Y me alegré.
             Cuando ella vio a Pablo, se le tiró a los brazos, preocupada por su herida. Y apoyada en
          el  hombro  de  mi  hermano,  ella  me  miró.  Y  no  dijo  nada.  Solo  tuvo  ojos  para  él;  y
          mientras le hacía cariño, yo me quedé ahí, parado como idiota, viendo la pieza, la cama y
          la ropa, mucha de la cual pertenecía a Pablo. Supe entonces hacia donde partía en las
          noches, el lugar en el que desaparecía, su refugio contra todos los peligros de la vida.
             En ese minuto me dieron ganas de ser mago y desaparecer.
             Me di vuelta y salí corriendo. Y no me detuve hasta que crucé avenida Salvador. Ya
          estaba salvado, pensé.
             No sé si me llamaron o si mi hermano salió persiguiéndome. Lo más posible es que no.
          Lo cierto es que otra vez estaba solo.
             A veces, uno se siente invisible.





































































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