Page 24 - El club de los que sobran
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—No —respondí sin mirarla.
             Mi mamá sacó el celular y marcó. Esperó diez segundos, nadie le contestó y dejó un
          mensaje seco y aclaratorio:
             —¿Dónde estás? Si no me llamas en media hora te voy a castigar, ¿oíste?
             Dejó la bandeja en la mesa y se puso de pie. Sonreí sin mostrar mi sonrisa, con ganas
          de irme a dormir temprano, olvidarme de todos y tratar de que el día terminara de una
          buena vez.
             —Mamá, me voy a la pieza —dije.
             Ella no respondió.
             Pasaron al menos tres horas. O por ahí. Lo cierto es que ya estaba dormido cuando
          sentí que me movían como si un tsunami estuviera a un par de cuadras de la casa.
             Mi  mamá  se  había  fumado  varios  cigarrillos,  lo  supe  altiro.  Mientras  me  ponía  los
          pantalones, la oí despotricar en contra del mundo, pero en especial contra mi hermano.
          Me apuró con un amistoso grito y cerró la puerta de la casa sin poner llave. Por supuesto
          que no entendía nada, así que me decidí a preguntar qué demonios pasaba justo cuando
          entramos al auto.
             —Ponte el cinturón —ordenó ella.
             —Mamá, te hice una pregunta.
             —Y yo te dije que te pusieras el cinturón, Gabriel.
             Lo hice. Se lo mostré. Ella encendió el motor, puso primera y salimos disparados por
          Condell.
             Qué linda es la comunicación familiar, ¿no?
             Si mi mamá no quería explicarme nada, bien por ella. Para mí, todo el mundo está un
          poco loco, y como no soy doctor de la cabeza, no puedo hacer mucho. Cerré los ojos.
             —No te duermas —ordenó al instante.
             —¿Y qué te importa si me duermo o no? Al final, nunca me respondes nada, así que te
          doy lo mismo.
             Nos tocó roja en el semáforo. Por primera vez me miró a los ojos. Ahí me di cuenta de
          que había llorado.
             —Es tu hermano —explicó.
             —¿Qué le pasó?
             —Nada.  Pero  quiere  que  lo  vaya  a  buscar,  insiste  en  que  tengo  que  ir.  Y  como  no
          quería dejarte solo, te obligué a levantarte. Pero ya me arrepentí.
             —¿Por qué?
             —Porque vamos a la morgue, Gabriel.

























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