Page 22 - El club de los que sobran
P. 22
Capítulo 5
—¿Cómo es un muerto? —preguntó Chupete— mientras cruzábamos Seminario en
dirección al poniente, al sitio del suceso.
—Como un hombre vivo, pero sin vida.
—Ja, ja, ja —dijo irónico, incluso algo enojado. Supuse que el hecho de no haber
tomado desayuno le estaba afectando el cerebro. Y el olor de su cuerpo. Calor de verano.
Muy traicionero, eso se los aseguro. Chupete me empujó contra un poste y volvió a la
carga. —Hablo en serio, Gabriel, ¿cómo es un muerto?
—Qué sé yo. Estaba con la boca abierta… igual que los ojos. Pero ido… como si
hubiera estado buscando algo lejos de este mundo.
—¿Lloraste?
—No —respondí apurado.
—Oye, no tiene nada de malo. La gente llora, ¿sabes?
—Especialmente tú cuando te perdiste ese penal en la semana del colegio en séptimo
—y sonreí.
—Me reivindiqué esta temporada. Lástima que tú no estabas para ver mi coronación
como goleador —dijo con todo el veneno que a los trece años podemos desarrollar.
Decidí seguirle el juego, porque además ya lo tenía completamente asumido.
—Ya sabes lo que dicen de los que van al colegio: son mentirosos y se hacen los
choros, pero cuando se topan con nosotros los liceanos…
—Salimos corriendo antes de que nos asalten, ja, ja, ja —interrumpió. Lo miré con
odio en las venas y le arranqué la pelota con fuerza. Se puso a la defensiva de inmediato.
—Oye, tampoco te enojes.
—¿Enojarme? ¿Por qué? ¿Porque mi papá se fue sin dejarnos un peso, porque mi
mamá nos tuvo que meter en el liceo donde no tengo amigos o simplemente porque acabo
de encontrar al Chuña muerto? ¿Tú crees que tengo alguna razón para estar enojado?
Chupete se detuvo y me miró serio. Yo seguí con el juego y lo observé, desafiante.
Hizo el intento de acercarse, pero lo empujé con una sonrisa en la cara.
—¿Ves? Me querías dar un beso… ¡me querías dar un beso!
—Idiota… y dame mi pelota.
Me hizo una zancadilla, me botó al suelo y con su fuerza bruta metió pasto del parque
Bustamante en mi boca. Luego tomó el balón y siguió el paso. Así son los amigos, pasan
del amor al odio en un segundo.
Seguimos nuestro recorrido en silencio. Dos cuadras expectantes, pensando en que tal
vez podíamos volver al pasado, hacer como que todo había sido un mal chiste y que el
Chuña iba a estar como todas las mañanas, enojado porque ocupábamos su parque,
amenazándonos con una sonrisa picarona.
Nada de eso sucedió. A la altura de Mujica, nos detuvimos. Le mostré el banco donde
había encontrado el cadáver del Chuña y nos quedamos mirándolo largo rato. Ninguno de
22