Page 10 - El club de los que sobran
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según los relatos, ya era tarde. Solo quedaban unos seis tipos, la mayoría de la edad de mi
          hermano en ese momento: quince años. Primero se oyeron los focos romperse. Luego, se
          sintieron gritos desde varios lugares. Dicen que ocupaban ropa oscura y bates de béisbol.
          Alguien dijo: «Son los skin». Pronto, muchos corrieron.
             Pablo  no  hizo  ademán  de  huir.  Ubicado  en  el  centro  de  la  pista,  sabía  que  estaba
          rodeado. Tomó su tabla y la usó como escudo cuando empezaron las patadas. Funcionó,
          pero solo por unos segundos. Luego sintió un fuerte golpe en la espalda y cayó al suelo.
          El líder de los skin dijo algo como: «Tropa de hediondos y flaites. Les vamos a enseñar».
          Subió bien alto el bate y entonces sintió un botellazo en plena cabeza.
             Era el Chuña.
             De  inmediato  corrieron  hacia  él,  pero  el  vago  del  barrio  se  defendió  con  artillería
          pesada.  Cinco  botellas  de  vino  volaron  como  bombas  de  racimo.  Mientras  lanzaba  la
          defensa, dicen que emitía un grito agudo y extraño, como de gata en celo, alertando a
          unos carabineros que creyeron que estaba asaltando a alguien. Lo cierto es que los skin
          corrieron. Mi hermano sobrevivió y el Chuña se hizo aún más ídolo.
             Así que la pregunta de ¿Quién quiere ser millonario? sería: ¿qué iba a hacer yo en ese
          momento, cuando mi hermano lloraba la partida de su gran compañero?
             Respuesta definitiva: Nada. Y sin alternativas, por favor.
             Solo  me  quedé  ahí.  Nos  quedamos  ahí,  hasta  que  una  camioneta  llegó.  De  ella  se
          bajaron unos carabineros y, minutos más tarde, se llevaron el cadáver.

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             Hasta ahí, la historia del Chuña. Otro vago que muere en la ciudad, dirán ustedes.
             Vivir  en  la  calle  no  es  fácil,  reflexionó  mi  mamá  aquella  noche.  Es  extraño,  todos
          teorizan  cuando  la  muerte  llega  de  improviso.  Así  que  nos  dedicamos  a  escuchar,  a
          asentir, a cambiar de tema y finalmente, con el paso de los días, a tratar de olvidar a ese
          hombre extraño que odiaba que jugaran fútbol en «su» parque, el amigo de los jóvenes
          cool, el de los secretos y los proverbios: el Chuña.
             Supongo  que  todo  habría  continuado  más  o  menos  normal.  Yo  habría  seguido
          levantándome en las mañanas, habría contado los días, las horas, habría imaginado aquel
          lugar donde se suponía nos iban a mandar con los abuelos, habría aprovechado de pasear
          por el barrio, pedir fiado a doña Hortensia, y por supuesto, habría estado con mis amigos
          jugando fútbol.
             Pero nadie contaba con mi hermano. Nadie, ni siquiera yo.

























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