Page 10 - El club de los que sobran
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según los relatos, ya era tarde. Solo quedaban unos seis tipos, la mayoría de la edad de mi
hermano en ese momento: quince años. Primero se oyeron los focos romperse. Luego, se
sintieron gritos desde varios lugares. Dicen que ocupaban ropa oscura y bates de béisbol.
Alguien dijo: «Son los skin». Pronto, muchos corrieron.
Pablo no hizo ademán de huir. Ubicado en el centro de la pista, sabía que estaba
rodeado. Tomó su tabla y la usó como escudo cuando empezaron las patadas. Funcionó,
pero solo por unos segundos. Luego sintió un fuerte golpe en la espalda y cayó al suelo.
El líder de los skin dijo algo como: «Tropa de hediondos y flaites. Les vamos a enseñar».
Subió bien alto el bate y entonces sintió un botellazo en plena cabeza.
Era el Chuña.
De inmediato corrieron hacia él, pero el vago del barrio se defendió con artillería
pesada. Cinco botellas de vino volaron como bombas de racimo. Mientras lanzaba la
defensa, dicen que emitía un grito agudo y extraño, como de gata en celo, alertando a
unos carabineros que creyeron que estaba asaltando a alguien. Lo cierto es que los skin
corrieron. Mi hermano sobrevivió y el Chuña se hizo aún más ídolo.
Así que la pregunta de ¿Quién quiere ser millonario? sería: ¿qué iba a hacer yo en ese
momento, cuando mi hermano lloraba la partida de su gran compañero?
Respuesta definitiva: Nada. Y sin alternativas, por favor.
Solo me quedé ahí. Nos quedamos ahí, hasta que una camioneta llegó. De ella se
bajaron unos carabineros y, minutos más tarde, se llevaron el cadáver.
* * *
Hasta ahí, la historia del Chuña. Otro vago que muere en la ciudad, dirán ustedes.
Vivir en la calle no es fácil, reflexionó mi mamá aquella noche. Es extraño, todos
teorizan cuando la muerte llega de improviso. Así que nos dedicamos a escuchar, a
asentir, a cambiar de tema y finalmente, con el paso de los días, a tratar de olvidar a ese
hombre extraño que odiaba que jugaran fútbol en «su» parque, el amigo de los jóvenes
cool, el de los secretos y los proverbios: el Chuña.
Supongo que todo habría continuado más o menos normal. Yo habría seguido
levantándome en las mañanas, habría contado los días, las horas, habría imaginado aquel
lugar donde se suponía nos iban a mandar con los abuelos, habría aprovechado de pasear
por el barrio, pedir fiado a doña Hortensia, y por supuesto, habría estado con mis amigos
jugando fútbol.
Pero nadie contaba con mi hermano. Nadie, ni siquiera yo.
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